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Los fantasmas de la guerra

Los fantasmas de la guerra

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Si bien las carteleras por estas fechas proponen una serie de películas que llevan consigo aureola de posible triunfadora en la ya cercana ceremonia de los Oscar, casi todas de excelente factura, que obliga a centrarse en ellas, no es menos cierto que verdaderas joyas cinematográficas que no están en terna alguna para alcanzar la gloria quedan eclipsadas, ocupando un rincón que no merecen. Y eso sucede con Frantz, un hermoso y delicado trabajo no exento de aristas y tormentos interiores, que supone para el que suscribe estas líneas una de las mejores películas del panorama cinematográfico, un trabajo de François Ozon sobrio, elegante, en el que asoman secretos del alma, sentimiento de culpa y un romanticismo que aflora y respira dentro de un marco de tragedia. Frantz hace ya un tiempo que está en cartel y ese remordimiento lleva a escribir con retraso esta crónica, este aviso a navegantes sobre un trabajo que se inspira con maestría en otro firmado en su día por Ernst Lubisch titulado Remordimiento, tal cual suena, que a su vez, porque todo en el arte tiene tendencia a reencontrarse, adaptó la pieza teatral de Maurice Rostand, El hombre que maté. Frantz, rodado en un admirable blanco y negro en el que afloran pinceladas de color, narra la historia de un soldado francés que viaja a Alemania para lamentar su culpa ante la tumba de un soldado alemán, y para pedir perdón a la familia y a la novia de éste. Tras esa trama se generan pasajes emocionales, la mentira como acto piadoso, el rencor por los estigmas del conflicto, y una reservada e infortunada aura romántica. Un sutil pero concluyente alegato sobre el dolor causado por la guerra y sus fantasmas.

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