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La condición humana

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Este país sabe mucho de bares. Se podría escribir un ensayo sobre esos lugares que forman parte de un espacio propio, donde se realiza una comunión entre seres de muy diversa índole y condición, donde se habla de lo divino y lo mundano. Álex de la Iglesia ha recurrido a uno de ellos, típico y tópico, casposo, cutre, de olor a fritura, de caña y café con leche, y con la gran Terele Pávez al frente, que con la cara paga, reúne a un grupo de mortales, cada uno de ellos con su propia idiosincrasia, para que se batan el cobre, para que se desesperen, para que reine el horror y explote el instinto de supervivencia ante un peligro mortal. De la Iglesia mueve diálogos rápidos, sarcasmos, posiciones tragicómicas que avanzan inexorablemente a lo extravagante, al delirio colectivo. Y hacia allá que va el cineasta sin red, iniciando un descenso a los infiernos coral y enloquecedor, un desesperado catálogo de excesos que avanza para ir enmerdando (nunca mejor dicho) la película. Álex de la Iglesia es uno de los cineastas catalogado de culto desde aquel cortometraje Mirindas asesinas, y brilló en su entrada triunfal en el largometraje con la original y desmadrada Acción mutante, amén de trabajos con sello propio como El día de la bestia, La comunidad u 800 balas, así que no hay que discutirle talento al bilbaíno, pero también hay que reconocer que ha perdido el norte con sus últimas propuestas, en las que ofrece lo mejor en el primer tramo de la película para acabar desorientando al personal con recorridos finales histéricos, convulsos, sin sombra de la brillantez que acompañó en tantas ocasiones a este, pese a todo, cronista salvaje del esperpento y la condición humana.

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