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Desde el 11 de enero, fecha de la comida de Rajoy con Puigdemont en la Moncloa, hasta el día 22 en que se publicó la noticia del encuentro, todos los medios hemos recogido hasta la saciedad declaraciones de políticos de todos los colores asegurando taxativamente que no había habido ningún encuentro ni estaba previsto, y en algunos casos más atrevidos hasta desmentían rotundamente a los que hablaban de alguna entrevista al más alto nivel. Muchos, la mayoría, no estaban informados de la comida, algo que demuestra que no están en el primer nivel y pese a ello se atrevían a ser contundentes, pero otros sí estaban al corriente, entre ellos los mismos implicados, sus colaboradores más estrechos e incluso sus portavoces, y cuando fueron preguntados durante este largo mes y antes de la filtración, negaron cualquier encuentro. Y a posteriori, incluso han presentado los nulos resultados de la entrevista para justificar ya no solo la discreción, sino la ocultación del hecho o su infravaloración como forma de resaltar que es el otro el que se niega a cualquier diálogo. Hasta ahora se consideraba lícito que los políticos administraran sus silencios o sus palabras, que dosificaran la información, que eligieran las vías de filtración o que dijeran solo la parte que pudieran considerar beneficiosa, pero no se consideraba correcta la mentira, es decir la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente, porque con el engaño se quiebra la credibilidad. Pero es el signo de los tiempos hasta el punto de que prácticas similares se han bautizado como “posverdad”, eufemismo de la mentira emotiva como la llaman otros y hasta el Diccionario Oxford la ha considerado palabra del año, refiriéndose a cuando los hechos objetivos, y reales, influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y las creencias personales. Lo peor es que está funcionando en política con buenos resultados para quienes lo utilizan, y no hay más que recordar las mentiras divulgadas en la campaña del Brexit, las que propaló Trump durante toda la campaña con un éxito extraordinario o durante sus primeros días de mandato en los que ha llegado a inventarse atentados en Suecia o en Bowling Green. O salvando las distancias y volviendo a casa, recordar como Tarradellas explicó que había ido muy bien su primera y desastrosa entrevista con Suárez. Pero se vista como sea, es una mentira.

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