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Se atribuye al The Times de principios del siglo XX el titular “Tormenta en el canal de la Mancha. El continente queda aislado” y poco parece haber cambiado en la mentalidad británica en los últimos cien años a tenor de su decisión de abandonar la Unión Europea, a la que entraron a regañadientes y con salvaguardias para su sistema financiero, su moneda y hasta sus medidas, y de cómo han planteado el Brexit, que ayer se formalizó oficialmente y tiene que concretarse en dos años. Su decisión responde a un mandato popular, tras una campaña en la que campearon las posverdades y se recuperaron los viejos tópicos del Imperio sin que los europeístas pudieran aportar argumentos convincentes, y nada hay que objetar a quien decide abandonar un club porque no le gustan sus reglas, sus instalaciones o sus socios. Pero sí hay que criticar a quien se va y además quiere marcar las condiciones del abandono y hasta el marco de las futuras relaciones como ha hecho Theresa May en la carta de ruptura, en la que con cordialidad y buenos deseos, pero también con la típica arrogancia británica reclama “un acuerdo especial en profundidad” y reclama seguridad jurídica para sus ciudadanos “y en particular para las empresas”, temerosa de la posible fuga de entidades de la City. Dice que quieren seguir trabajando juntos para defender unos valores y una Europa fuerte que pueda “liderar el mundo”, ofreciendo colaboración en las dos materias que considera básicas, economía y seguridad, que curiosamente son las cuestiones en las que Europa más puede aportar a Gran Bretaña. Nadie confiaba en el europeísmo británico, pero su premier se mantiene fiel al estilo del Times y quiere seguir beneficiándose de lo que puede aportar Europa, seguridad y estabilidad para las empresas de la City y renuncia a los posibles sacrificios. Desde Europa, Merkel ya ha dicho algo tan lógico como que primero habrá que negociar la salida y después los posibles acuerdos, pero es evidente que las dos partes saldrán perdiendo con la ruptura. Y por lo que respecta a la economía de Lleida, es evidente que hay un riesgo porque las exportaciones al Reino Unido ascienden a 92 millones, básicamente en fruta, aceite y carnes, pero teniendo en cuenta su cuota de mercado y el déficit productivo en el Reino Unido de estos productos, el problema puede resolverse asumiendo cuotas arancelarias y no parece lo más preocupante del Brexit.

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