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Guillem Martí disputa una pilota amb un defensa de l’Atlètic Balears que l’agafa de la samarreta.

Guillem Martí disputa una pilota amb un defensa de l’Atlètic Balears que l’agafa de la samarreta.

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El Lleida no se ha andado por las ramas. Entre las diversas opciones que tenía sobre la mesa para reconducir el tema de las peñas ha optado por la más radical. Prohibir la entrada al Camp d’Esports a los más significados en las críticas a la gestión de la directiva: abonados (controlables por el carnet) y no abonados (exigiendo el DNI a casi todos). Resultado: todos cabreados y con los gritos contra la directiva oyéndose desde el exterior del recinto. Poco rato, pero se oyeron nítidamente, al menos desde Tribuna.

Lo malo es que cabe preguntarse si esta solución era la más adecuada porque aún reconociendo que algunos de los gritos que se entonaron en el encuentro ante el Villarreal B (que por lo visto se convirtió en la gota que colmo el vaso de la paciencia de los hermanos Esteve) no fueron los más adecuados, totalmente censurables y, en cualquier caso, susceptibles de ser llevados ante la Justicia, da la sensación de que con la medida de ayer se ha llegado a un punto sin retorno. Se han quemado las naves y los puentes y, sobre todo, han pagado justos por pecadores, eliminando de raíz a aficionados exaltados y vehementes y, con ellos, a otros que sienten de verdad los colores y que no dejarán de sentirlos, pero seguramente no volverán al Camp d’Esports en las actuales circunstancias.

Ayer Siviero, a preguntas de un compañero, reconocía que “al equipo no le afectaba la guerra entre directiva y peñas entre otras cosas porque el equipo no puede hacer nada, pero que mucho mejor sería que las dos partes estuviesen unidas en beneficio del club”.

La directiva, convencida de que la razón está de su parte, se ha mostrado expeditiva. Quizás demasiado. Como siempre, todo es cuestión de formas: hablarlo, negociarlo, escuchar a la otra parte siempre es mejor que el ordeno y mando, el que no está conmigo está contra mí. Esos tics ya los vivimos hace muchos años. Entonces a los que discrepaban se les llamaba desafectos. Y se les castigaba en consecuencia. Si esto no se arregla, que no parece, vamos por el mismo camino.

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