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Cristian Gómez, que entró en la segunda mitad, intenta irse del capitán visitante Raúl.

Cristian Gómez, que entró en la segunda mitad, intenta irse del capitán visitante Raúl.

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Existen muchas maneras de motivar a los jugadores en el mundo del deporte. Hay quien apela a los sentimientos, a la historia, a la tradición, a los agravios seculares, al espíritu de los difuntos, a la testiculina... A veces la cosa funciona y otras no.

En el Lleida fue de maravilla con Seligrat, en las dos temporadas que remataron con el play off, convenciendo a sus jugadores de que eran mejores que los rivales. Fracasó el colegueo con Idiakez en su primera temporada y funcionó a las mil maravillas la “huelga a la japonesa” que montaron técnico y sus jugadores ante los impagos de la directiva que, en vez de hundirlos, los llevó hasta el último suspiro del play off para caer en una desafortunada tanda de penaltis en la sauna de Sevilla.

Este año no parece que vaya a repetirse semejante prodigio. Desde el club se ha optado por la fórmula del “palo y zanahoria” con las declaraciones de Jordi Esteve después de la derrota en alma de Mallorca: “O reacción o consecuencias”, advirtió. Y siete dias después se ganó al Mallorca B pero ¿de qué manera? Vale. No vamos a contradecirnos, ahora. A estas alturas solo vale ganar, ganar y ganar. Da igual cómo y de qué manera. Sumar, sumar y sumar y si se entra en el play off ya veremos qué pasa luego. Pero desde luego no parece que ni la advertencia desde el máximo responsable del área deportiva ni la respuesta de los jugadores, haya sido la más idonea. Al Lleida le temblaron las piernas al verse con 2-0 a favor y con un rival entregado y en inferioridad numérica. Siviero lo dijo clarito en la sala de prensa (la ‘piña’ parece deshacerse) al asegurar que el equipo habia dado una imagen de inmadurez impropia del que aspira a algo más que acabar de la mejor manera posible. El no saber matar el partido, no sentenciar a un contrario contra las cuerdas y los errores en defensa hicieron que el Lleida se quedase con diez, encajase el 2-1 y Campos tuviese que parar el penalti del 2-2. ¡Ah, y que el árbitro no pitase otro un minuto después!. No sé, ¿No sería más efectivo una palmada en la espalda?.

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