La huella nazi en Canelles
Ingenieros procedentes de la Alemania hitleriana participaron en el diseño y la construcción del embalse del Noguera Ribagorçana. La presa presentaba problemas de estabilidad por la abundancia de material kárstico en las montañas sobre las que se asienta desde hace 66 años

Las obras del embalse de Canelles se dieron oficialmente por acabadas en 1959.
La construcción de la presa de Canelles, en el cauce del Noguera Ribagorçana, incluyó la participación de ingenieros alemanes de antigua obediencia nazi a los que el Estado franquista había dado refugio en España tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
El jefe de obra fue Wilhem Kau, que en los años 30 había formado parte de la OT (Organización Todt), la unidad del Estado que dirigió el despliegue de la red de autopistas alemanas y que tiene el infame récord de haber supuesto el mayor entramado de esclavitud que haya operado en Europa desde el siglo XX, ya que la mayor parte de la mano de obra estaba formada por prisioneros de guerra y por presos condenados a trabajos forzados.
Los prisioneros acabarían constituyendo también el grueso de la fuerza laboral en el siguiente proyecto en el que participó Kau, que fue la construcción del llamado Muro Atlántico, las fortificaciones de la costa oeste francesa para tratar de frenar el desembarco de los aliados y que estos superaron por Normandía con el despliegue de una multitudinaria fuerza de infantería (160.000 soldados solo en la primera jornada) que en apenas 80 días del verano de 1944 liberaba París.
Para entonces, Wilhem Kau, que tiempo después reaparecería en España y sería contratado por Enher (Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorçana) para sus obras de construcción de embalses, había alcanzado el grado de coronel en la wehrmacht o ejército alemán.
Con esos antecedentes, tampoco resulta del todo extraño que el cuidado por las condiciones laborales de quien sería el jefe de obra de Canelles, es decir, el responsable de la ejecución de los trabajos de la presa por las cuadrillas, no estuviera entre sus fuertes. De hecho, los testimonios recogidos entre trabajadores empleados en la obra siempre le atribuyeron un trato despótico y destacaron lo exiguo de las medidas de seguridad y protección.
De hecho, y por mucho que el franquismo siempre sostuviera que en las obras de Canelles no hubo fallecidos en accidentes laborales, los trabajadores siempre hablaron de que se produjeron un mínimo de 33 (algunas fuentes elevan la cifra hasta 57).
Distintas fuentes apuntan a la presencia en la zona, especialmente en los trabajos previos, de otros dos alemanes de la misma filiación política que Kau, apellidados Kraus y Schreder (no confundir con el topógrafo R. Schroeder, autor de varios trabajos en el Ribagorçana y de los sondeos previos a las obras de Canelles).
A estos se les atribuyen los avisos, desoídos tanto por Enher como por su matríz el INI (Instituto Nacional de Industria), sobre la inestabilidad de las laderas donde la empresa pretendía colocar la presa. De hecho, recomendaron ubicarla unos 50 metros aguas arriba, más cercana al ensanchamiento del valle, para evitar el riesgo que suponía para su estabilidad la presencia de cuevas abiertas por la evolución de los materiales kársticos que abundan en la zona.
El proyecto final, firmado por Eduardo Torroja Miret, abuelo de la cantante de Mecano (Ana Torroja) y padre del diseñador el Canal de Enlace de Coll de Foix (José Antonio Torroja Cavanillas), requirió años después de un contrafuerte para asegurarla. El embalse, finalizado en 1959, solo se ha llenado por completo en 1995 y en 2020.
Franco vendió a Hitler manganeso de Estopanyà para fabricar cañones
“El manganeso de Estopanyà iba a Madrid, y en función de su calidad se enviaba a Alemania, aunque tenemos entendido que también se mandó a Francia”, explica Sebastián Agudo, presidente de la Asociación de Amigos de Geomilnir (Parque Geológico y Minero de Llitera y Ribagorça), quien, no obstante, matiza que “los datos eran secretos y lo siguen siendo”. Los promotores del parque han estudiado la historia de la mina Teresa de Estopanyà, cuya resurrección tras conceder permisos el Gobierno de Aragón para buscar nuevas bolsas de ese mimeral, que se utiliza para fortalecer las aleaciones de acero y para fabricar baterías, ha provocado un rechazo generalizado en la zona. La mina, algunos de cuyos tres pozos llegaron a alcanzar una profundidad de 52 metros, se explotó de 1917 a 1924, coincidiendo con el aumento de la demanda y la subida de los precios por la Primera Guerra Mundial. “La mina contaba con tres pozos: sur, San Salvador y San Teodoro y con labores en 5 plantas”, explica Agudo, que anota cómo en 1922 se obtuvieron 290 toneladas de mineral (969 en 1921)”. El Estado, que se incautó de ellas durante la Guerra Civil, extrajo en 1940 un total de 400 toneladas, buena parte de las cuales acabaron en fábricas de armamento de la Alemania nazi. “En 1942, el Comein, el Consejo Ordenador de Minerales Especiales de Interés Militar intentó poner la mina de nuevo en actividad”, señala. Y, ya en 1960, la explotación “pasó a la Empresa Nacional Adaro, que realizó una campaña de investigación, concluyendo el que el mineral estaba prácticamente agotado. Las concesiones caducaron en la década de los 60”, añade.