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“¿No hay libertad de expresión?”

Tenso interrogatorio a los testigos y peritos propuestos por Lleida, a los que se acusó de ser parciales por trabajar en el Museu|| Las pruebas documentales aportadas por Carmen Berlabé, desacreditadas por sus colegas aragoneses, que rebatieron su tesis sin aportar datos propios

El obispo de Lleida, Salvador Giménez, fue el primero en declarar ayer en Barbastro.

El obispo de Lleida, Salvador Giménez, fue el primero en declarar ayer en Barbastro.ACN

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El nombre que más se oyó ayer en el juzgado de Barbastro fue el de Carmen Berlabé, conservadora del Museu de Lleida. Lleva más de 25 años investigando las piezas objeto de litigio. Para elaborar su tesis doctoral, defendida en 2009, se documentó en el Arxiu Diocesà de Lleida, el IEI, el Secreto del Vaticano, la Biblioteca Nacional, el archivo de Historia Militar, el Institut Amatller d’Art Hispànic..., lo que le permitó tener acceso a más de 300 cartas manuscritas que probarían la titularidad de las piezas en litigio. También ha documentado piezas aragonesas de las que no se conocía la localización y que, por tanto, se incorporaron a la causa porque “ante todo soy objetiva y busco restituir la verdad”. Y lo hizo pieza a pieza. Aportó datos de las cantidades pagadas por el obispo Josep Meseguer y de las cartas de los párrocos que le ofrecen obras en desuso. También explicó errores de transcripción que convirtieron el frontal de Montagut en frontal de Montanuy, por ejemplo. Berlabé dejó claro que el catálogo de la exposición Pulchra de 1993 en el que se basa Barbastro para reclamar las obras “está plagado de errores”. Su interrogatorio, el último de ayer, fue muy tenso. Anteriormente, sus colegas Antonio Naval y Domingo Buesa habían tratado de desacreditar su trabajo. El también conservador del Museu de Lleida Alberto Velasco sostuvo que Meseguer pagó las obras “a precio de mercado” y que eran piezas “en desuso y en mal estado”. Su testimonio fue puesto en tela de juicio por los abogados aragoneses porque había criticado públicamente la resolución del caso de Sigena. “¿Es que no hay libertad de expresión”, espetó después de convertir su intervención en una lección magistral de historia.

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