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Luces y sombras del teletrabajo

Este reajuste laboral ha llegado de golpe a nuestras vidas y puede quedarse

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Hace algunos años, muchos considerábamos que trabajar desde casa, con la posibilidad de escoger los horarios, de compaginar el tiempo laboral con el cuidado de la familia y la casa, de poder sentarse delante del ordenador en chándal y con un café recién hecho, de no tener que salir corriendo para coger el transporte público o no regresar a las tantas y ni siquiera poder dar un beso de buenas noches a los niños, era la panacea, algo por lo que muchos habríamos renunciado incluso a un salario mejor.

Ahora, muchas de las personas que se han visto obligadas a “teletrabajar” siguen pensando lo mismo, pero con la salvedad “de esta manera no”. Y es que el teletrabajo al que nos ha abocado la emergencia sanitaria se ha aplicado de forma improvisada, en la mayoría de los casos, y si se puede hablar de éxito, este ha recaído en el esfuerzo de los trabajadores, que han sentido que trabajan más horas, no desconectan y se estresan más. Antes de la crisis de la Covid- 19, en España solo un 4,8% de empleados trabajaban desde sus casas, según un estudio realizado en 2019, situándose entre los países europeos que menos recurrían al teletrabajo. Como consecuencia de la pandemia, al menos un 30% de los ocupados en nuestro país (un 40% de media europea) han comenzado a teletrabajar, causando un gran impacto por no tener ni la formación, ni los medios adecuados para hacerlo, aunque ha cumplido en parte el objetivo de paliar la destrucción de empleos.

Según un estudio reciente de la Fundación Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo (Eurofound) los países nórdicos, que tienen el 60% de los empleos realizándose a distancia, y la región formada por Bélgica, Países Bajos, Luxemburgo y Dinamarca, con un 50%, son los más avanzados en este ámbito. Ha habido improvisación y solo la alta capacidad de adaptación de las personas ha funcionado. En muchos hogares, con un solo ordenador de mesa, hay que pelear para disponer de él para trabajar, cuando no son los niños atendiendo a las clases online, es la pareja, que también tiene que conectarse para sus videoconferencias o reuniones y de nuevo los niños para tener un rato de ocio. Tampoco las características de muchas viviendas son las más idóneas para disponer de un rin cón tranquilo, aislado y apto para pasar más de ocho horas delante del ordenador, con videollamadas, reuniones online y entrevistas. Todos guardamos en la memoria las imágenes de un catedrático británico quien en plena conexión en un informativo ve cómo aparece su bebe por detrás y la mamá gateando para sacarlo de la habitación. Estas semanas, seguramente muchos trabajadores han debido disculparse por tener a sus hijos requiriendo su atención en medio de una llamada telefónica importante o han sufrido episodios vergonzantes con ruidos o interrupciones de algún miembro de la familia. Queda todavía otro aspecto que limar: no se podrá medir a los buenos “teletrabajadores” solamente por el tiempo conectados al ordenador y sí considerar cómo valorar la buena productividad sin que ello suponga trabajar más horas. Responsabilidad de la empresa Un ordenador con programas específicos y un teléfono son los dos elementos esenciales y mínimamente exigibles a la empresa que pretende implantar el teletrabajo a su plantilla. No es aceptable que el trabajador deba usar su ordenador personal, quizás compartido por otros miembros de la familia, para trabajar en casa. Además de no ser seguro para la empresa según el tipo de aplicación o conexión utilizada para las videollamadas o las videoconferencias. Pero trabajar con un ordenador de la empresa no debe significar que esta pueda ejercer un control sobre la actividad realizada por el trabajador, un aspecto rechazado por muchos profesionales.

La empresa también debería facilitar al trabajador la instalación de una buena conexión a internet y fomentar reuniones presenciales de equipo para mantener la relación entre sus trabajadores. Y debería renunciar al control de sus trabajadores a través de un exceso de videoconferencias y de llamadas y mensajes a cualquier hora. Seguramente, también de- berá pactarse una asignación de costes: ¿quién paga el gasto de luz? ¿La conectividad? Actitud y disciplina del trabajador Si en algo coinciden todas las personas que han experimentado el teletrabajo por primera vez en este confinamiento es que han dedicado más horas de las habituales. Bien sea porque “como ahorro tiempo en desplazamientos”, bien porque “tengo de demostrar que trabajo mucho”, muchos no han entendido que no se trata de trabajar todo el día conectado, sino de trabajar de forma flexible. Con esa flexibilidad, el horario de trabajo desaparece como tal y surge la posibilidad de organizar organizar el día para dar cabida al ocio, la familia, el trabajo, el deporte... y debe ser compatible con la capacidad de poner límites. Límites a las horas de trabajo, las necesarias para cumplir con los objetivos marcados por la empresa, pero también a las horas de ocio, que no deben retrasar o postergar acometer nuestras responsabilidades en la empresa.

En la medida de lo posible, las personas a quienes se les proponga trabajar desde su hogar deberían intentar disponer de una habitación independiente del resto de la casa, donde los niños entiendan que no deben interferir y que tenga las mejores condiciones de iluminación y silencio. Para no tener que mostrar esa pared pintada de flores, o una cama por hacer, como fondo en nuestras conversaciones video conferencias, hay una aplicación que automáticamente crea un fondo neutro al conectar la cámara. Una excelente idea, si nos basamos en algunas conexiones un tanto sorprendentes...

Sin duda, la crisis global que estamos pasando nos va a cambiar a todos en muchos ámbitos y va a suponer un antes y un después en nuestra forma de trabajar. Quizás el trabajar a distancia sea una buena opción. No podemos obviar que ayudaría a reducir la contaminación al no haber tantos desplazamientos en vehículos privados y públicos, que eliminaría la pérdida de tiempo en los atascos y el estrés individual que provoca llegar “a tiempo” a la oficina. El nuevo espacio de trabajo, coinciden los expertos, será más abierto, colaborativo, seguro e inteligente, y apuntan a una combinación de trabajo presencial (más reducido) y trabajo remoto (en su mayor parte), como una buena fórmula para afrontar el trabajo del mañana. No querría terminar este reportaje sin referirme a una reflexión publicada por la revista electrónica The Intercept, en la que se alerta del peligro de integrar permanentemente la tecnología en todos los aspectos de nuestras vidas. La política del “teletrabajo”, del “telesalud” o la “escuela virtual” puede poner en peligro la forma de vida social construida hasta ahora y comportar la destrucción del sistema educativo y sanitario. El futuro, en estos momentos de confusión y miedo ante la amenaza sanitaria está más abierto que nunca.

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