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Cementerio de víctimas de la gripe en Nueva Zelanda.

Cementerio de víctimas de la gripe en Nueva Zelanda.

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n pleno centenario de la llamada gripe española, que causó la muerte de más de 40 millones de personas en todo el mundo entre 1918 y 1920, a la humanidad le ha tocado lidiar con otra pandemia, la del SARS-CoV-2. Los científicos echan la vista atrás para tratar de anticiparse al comportamiento de la epidemia porque la historia se repite, literalmente. En septiembre de 1918 se detectaron los primeros casos en Lleida del virus Influenza A, del subtipo H1N1. Josep M. Llobet documenta cómo durante las fiestas de Cervera se extendió por toda la comarca. El alcalde, Francesc Xuclà, publicó un bando en el que se obligaba a desinfectar las habitaciones de los enfermos. Hasta se prohibió ir al cementerio por Todos los Santos. Pero el virus avanzaba con rapidez. Desde que se manifestaban los primeros síntomas hasta la muerte del paciente podían transcurrir solo unas horas. Y, además de su virulencia, fue una enfermedad que, al contrario de la Covid-19, se cebó en los más jóvenes. El 72% de los muertos de Lleida tenía menos de 40 años.

También hubo oleadas hace un siglo. La primera, en septiembre de 1918, fue tan letal que solo en la capital del Segrià, que entonces tenía poco más de 38.000 habitantes, se cobró la vida de 107 personas, entre ellas 7 niños de la Inclusa que murieron una misma noche. En marzo de 1919 llegó la segunda oleada, que también fue letal. Antonio Artigues, estudioso de la historia de la medicina, cifra en 127 las muertes de entonces en la capital. En algunas poblaciones se optó por prohibir el toque de difuntos y se enterraba a los muertos de madrugada para no desmoralizar. Ante esta situación, hubo que imponer restricciones, como ahora. El alcalde de Maials, Antonio Ballesté, prohibió la feria de ganado de noviembre de 1918. Y la psicosis siguió porque la pandemia no daba tregua y la primavera de 1920 aún se cobraba vidas. El alcalde de Alcarràs, Manel Ezquerra, encontró recientemente el acta del pleno que se celebró el 1 de junio de 1920, cuando el primer edil era Salvador Charles. Se deja constancia de que “el señor inspector de Sanidad da cuenta que la epidemia virulosa se propaga en este pueblo, por lo que es de absoluta necesidad tomar medidas para que no se extienda tan repugnante enfermedad”. Por este motivo, se acordó “aislar las casas en que existan enfermados, no permitiéndose la salida de sus moradores, poniendo guardia en las mismas y servidores para proveerles de lo necesario”. El incumplimiento de la normativa supondría una multa de 25 pesetas. También se prohibieron los bailes y se cerraron las escuelas. Todas estas restricciones se levantaron en noviembre de 1920, hace un siglo, cuando terminó la pesadilla. Todo parece indicar, que ahora vamos por el buen camino.

Cementerio de víctimas de la gripe en Nueva Zelanda.

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