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Cada vez dan más pereza los exabruptos biliosos de los catalanófobos, cuando acechan con motivo de la enésima polémica interesada por cuestiones de lengua. El guion sobre la polémica del uso del castellano en el reciente debate electoral de TVE era tan previsible que comentarlo ahora sería desplegar una pura gramática de la obviedad, de las que no aportan nada de nuevo. Por eso, cansado de construir un argumentario que consistiría a repetir aquello de lo que ya me he empalagado más allá de la saciedad, me limitaré a acumular observaciones sueltas, para la libre reflexión de aquel que tenga la paciencia de sopesarlas.

Primera. Sospechosa casualidad que justamente en plena etapa "postprocés" se apueste por aquello que no se ha hecho en la vida, es decir, que el debate de los candidatos de unas elecciones catalanas no se haga en catalán, y que, además, disponiendo de profesionales lo bastante solventes en Sant Cugat, se opte por traer a uno de fuera como moderador presentador. ¿Hay alguien que busca precisamente el alboroto?

Más. No es que hubiera un interés muy grande por el debate en las Españas, como bien lo indica el ridículo índice de audiencia fuera de Cataluña. Y no creo que se deba al rechazo por el hecho de que algunos candidatos no quisieran hablar en castellano. Querían cambiar el idioma habitual con el pretexto que así lo podría seguir una masa de población a quien no interesaba en absoluto. Cambiar por nada. O sí. Por mala intención.

Seguimos. El ciudadano Carrizosa, en consonancia con otros de igual pensamiento, asegura que los candidatos que querían hacer el debate en catalán "odian España"; de lo cual se deriva que no deben considerar el catalán una lengua española. Gracias por la aclaración. Es un instrumento infernal que pertenece a algún páramo monstruoso y extranjero fuera de España.

Una más y basta. Si se hubiera seguido la pauta instaurada de hacerlo en catalán, el candidato ciudadano, el de Vox y algún otro, me juego lo que queráis que habrían usado mayoritariamente el castellano, sin que se lo replicaran o cuestionaran. Se desprende, por lo tanto, que la plantación de los candidatos independentistas al castellano consistía solo en reclamar que ellos en concreto se pudieran expresar en catalán. A los otros no les prohibían nada, no los sometían a la exclusión, cosa que los del otro lado sí que pretendieron.

Y aunque ahora ya me agobian las ganas de callar y dejarlos con su indigencia intelectual, no me puedo privar de reír cuando sigo oyendo sus fatigantes anatemas de «provincianos», «maleducados» y malbaratadores de «oportunidades». Porque se entregan a la más risible y escandalosa muestra del latón supremacista. Ah, que bonita la diversidad lingüística y la igualdad, pero solamente una es la lengua moderna, útil, intrínsecamente superior, a quien es debida la obediencia patriótica.

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