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Muere el magistrado Rodrigo Pita Mercè

Rodrigo Pita Mercè.

Rodrigo Pita Mercè.SEGRE

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Ayer falleció en Lleida Rodrigo Pita Mercè, magistrado jubilado y “hombre de muchos talentos”, según reza la esquela que puede leerse en la página 34 de este diario. La descripción es exacta. Con solo entrar en su piso del Passeig de Ronda te quedaba claro. El salón era una inmensa biblioteca en la que figuraban los muchos libros que había publicado sobre las Lleidas morisca, judía, paleocristiana, árabe e ilergeta, la necrópolis de Roques Sant Formatge en Seròs o la historia de Fraga antes de la Reconquista. Junto a los libros había decenas de miniaturas de coches, una de sus pasiones. Compaginó su labor como historiador con la judicatura. Fue juez en Benabarre, en Fraga y en Lleida antes de formar parte de la Audiencia Provincial hasta su jubilación en 1994. En 1989 fue ponente de la llamada ‘sentencia de la minifalda’, en la que dijo que un empresario al que condenó por abusar de una empleada (el primero en España) había sido provocado por la mujer porque llevaba esta prenda. La sentencia dio la vuelta a España, pero este desafortunado argumento no empañó las muchas virtudes de Pita. Entre 1986 y 1993 fue un juez de Vigilancia Penitenciaria desgraciadamente atípico que tenía la extraña costumbre de visitar a los presos, escucharles, interesarse por ellos. Luego se convirtió para cien de esos reclusos en su abogado y -casi- su padre. En 1997 promovió, en nombre de dos de esos internos, que concedieran la Medalla al Mérito Penitenciario a José Antonio Ortega Lara, el funcionario de prisiones secuestrado por ETA. En una entrevista que le hicimos a raíz de aquella iniciativa, Pita decía que “el pueblo vasco tiene una idiosincrasia particular. Un padre de familia acaba de trabajar y se va a la taberna. Eso en Catalunya sólo lo hacen los jóvenes, yo no he estado nunca en una taberna. En las tabernas se come, se bebe y se arregla el mundo, y así nacen y se reproducen Herri Batasuna y estas cosas. Piense que en el País Vasco todavía estaban con guerras carlistas a mediados del siglo pasado [el XIX]. En Bergara claudicaron los carlistas a cambio de que se les reconociera sus cargos militares”. Pita no era de tabernas, sino de libros y de fidelidades. Lo saben bien -volvemos a la esquela- su hermana, sus primas y sobrinos y su fiel ama de llaves.

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