Clásicos como los que ya no se encuentran

En el bar Essers de Cappont, cuando la gente pide unos callos, Sergi Luna les sirve una estupenda cazoleta de tripa con capipota de ternera. Melosa y picando en justa medida, tiene un regusto final de brasa muy curioso. Me arriesgo a creer que Quim Monzó celebraría descubrir un bar como este.

Hace veinte años que es abierto y se respira el ambiente próximo y distendido de un local de barrio, la clientela se lo ha hecho suyo y todo el mundo sabe cuáles son sus platos o bocadillos preferidos. No hay carta, cada día Sergi –y su madre– sirven cuatro o cinco propuestas entre las cuales nunca falta alguna tortilla inquietante como la de calabacín con queso y manzana; un bacalao deshilado que muchos adoran o una estupenda chuleta de cerdo con judías. Raciones y platos a precios muy populares, entre los cuales destacan los menores, poco habituales entre la oferta gastronómica de hoy en día. Riñones en el vino de jerez, lengua o mejilla de ternera estofada se suman a una lista en la cual también podemos encontrar calamares en su tinta o arenques con escalivada.

Si queremos bocadillos, que también hacen, nos podemos dejar desconcertar con uno de atún, anchoas y aceitunas rellenas con un punto de salsa de berberechos. El jamón, estos detalles son los buenos, lo cortan a mano.