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Joan Teixidó

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Año 2020. Toda Lleida está ocupada por redes telefónicas, cableado infinito de fibra óptica y antenas por todas partes. ¿Toda? No, lugares en riesgo de despoblamiento inminente y con la población restante envejecida resisten a tener cobertura móvil. Al contrario de la célebre entradilla de los cómics de Goscinny y Uderzo, esta resistencia no es querida ni voluntaria. Hoy, el terrible año de la pandemia, todavía hay pueblos donde no les llega la cobertura, ni la telefónica ni la de Internet.

Tanto nos hemos distraídos en este sentido, de infraestructura básica para el país, que hoy tener cobertura o no tener puede suponer la estocada definitiva para unos pueblos que veían en la pandemia, el confinamiento y el teletrabajo un resquicio de salvación para su final definitivo. Sin cobertura ni Internet no hay teletrabajo, y sin teletrabajo no llegan ni llegarán nuevas familias a los pequeños pueblos del Urgell, Les Garrigues, la Noguera o los Pallars. Internet es hoy lo que las carreteras y autovías supusieron para el desarrollo industrial de los pueblos de alrededor de estas infraestructuras. Un aumento de riqueza, industria y trabajo que a su vez suponía una movilidad interna de gente de pequeños núcleos hacia las poblaciones más fuertes y con carreteras. Movilidad que también lo favorece el hecho de disponer o no de red de Internet de alta velocidad. Si no hay, aumenta la movilidad hacia núcleos que tengan. La relación es directa.

Se avanza. Poco a poco se avanza. Cada día leemos en los diarios que tal compañía o tal institución despliega tantos kilómetros de cableado. Y lo celebramos, pero habría que preguntarse cómo hemos llegado a tener estas desigualdades territoriales, que ya intuíamos, pero que este año tan extraño se han evidenciado más que nunca.

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