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Cobardía humana

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Basta leer o escuchar las noticias para comprobar que solo es verano en algunas partes y que para millones de personas no hay vacaciones sino dolor y miedo. La exfiscal de la ONU especializada en la lucha contra crímenes de guerra, Carla del Ponte, ha abandonado la comisión de investigación de la ONU para Siria porque nadie de los implicados los quiere.

Y eso a pesar de que, como añade Del Ponte, “los crímenes terribles cometidos en Siria no los vi ni en Ruanda ni en la exYugoslavia. En Siria todo el mundo es malo. El Gobierno de Assad ha cometido terribles crímenes contra la humanidad usando armas químicas y la oposición está compuesta solo de extremistas y terroristas”.

El balance de la guerra civil es de más de 250.000 muertos y millón y medio de heridos, un millón y medio de huidos a Europa y muchos millones más a otros países, así como seis mil cadáveres en el Mediterráneo.

Mientras esto sucede, patrulleras libias, pagadas con dinero europeo, abren fuego contra las embarcaciones de las ONG que se juegan la vida para salvar a los que huyen del terror y la muerte. Y un barco de una organización xenófoba europea navega con libertad para hundir todas las pateras que se encuentre.

Italia ha confiscado el barco de una ONG, pero nadie paraliza al barco asesino. En Libia los inmigrantes son tratados como esclavos, maltratados, extorsionados, vendidos o intercambiados entre mafias. Y Europa mira para otro lado.

En la República Centroafricana, el misionero español Juan José Aguirre acaba de denunciar que 50 personas han sido asesinadas y que las luchas entre los selekas y los antibalaka auguran que las matanzas indiscriminadas de cristianos o musulmanes pueden ser terribles. La labor de las fuerzas de Naciones Unidas allí desplegadas es difícil, pero muy mejorable.

Los EEUU de Trump han dado un paso atrás en la defensa de los derechos humanos, pero Europa no le va a la zaga. Y de Rusia, mejor no hablar. El negocio millonario del control de fronteras o el de la guerra les interesa más que la paz.

Tiene razón el activista chino Ai Weiwei cuando dice que “la humanidad es cada día más cobarde”. Pero la “humanidad” es solo una palabra que esconde que somos cada uno de nosotros.

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