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“Si alguien piensa que intentando deteriorarme con falsedades, mentiras o medias verdades va a conseguir que dé un paso atrás, está equivocado. Para atrás no hay que dar pasos ni para coger carrera.”

Estas son las palabras con las que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, se enrocaba ante el escándalo por la supuesta falsificación de las notas de su máster. Los españoles bien pensantes están estupefactos por el acoso que sufre la presidenta madrileña y no salen de su asombro –resulta muy difícil hacerlo– ante la serie de desmentidos, justificaciones y réplicas con que tratan de sostenerse los argumentos a favor y en contra de Cifuentes. Con lo fácil que lo habría tenido la presidenta mostrando su trabajo de fin de máster o, si lo ha extraviado en una mudanza, como dice, pidiendo a la universidad que lo muestre.

La información tuvo una inicial acogida por parte del resto de los medios y de los partidos que ayudaba escasamente al desvanecimiento del estupor. La tibieza de las declaraciones, fundamentalmente las de sus propios correligionarios del PP, invitaban a las peores sospechas. Porque, los pocos que se empeñan en la desmedida defensa numantina, deberían hacerlo con más tacto y menos demagogia. Como la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, acusando, sin que se le caiga la cara de vergüenza, de “actuaciones mezquinas, machistas y miserables”. Y quienes salieron a justificar el cambio de notas como un error de transcripción, como fue el rector de la Universidad Rey Juan Carlos , acompañado del supuesto director del máster, Enrique Álvarez, han tenido que recapacitar, ante las luces y las sombras, muy contestadas de sus relatos, dando marcha atrás y comprometiéndose a una investigación.

Lo cierto es que el asunto pinta muy mal. Las dudas son tantas y de tal calibre que los españoles empiezan a sospechar que hay gato encerrado; un gato grande y negro como un jaguar, al acecho de la presidenta madrileña y de una institución pública como la Universidad Rey Juan Carlos cuya imagen puede verse mucho más deteriorada de lo que ya estaba. El enroque de Cifuentes puede pasar de ser una jugada de ajedrez defensiva a la traba del ancla de su embarcación en el fondo del mar.

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