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 Una novela de Le Carré

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Si en la semana santa del año pasado a uno mismo, o a cualquier otro, se le hubiese ocurrido profetizar que en España iba a ocurrir un 30% de lo que está ocurriendo, le hubiesen metido en un manicomio. Y mira que ya entonces la situación política española estaba pasando por meses cuando menos surrealistas. Pero ahora estamos batiendo todos los récords del disparate: los analistas nacionales estamos cuando menos perplejos, y los medios extranjeros creen que esto es una novela de Le Carré, con servicios secretos siguiendo automóviles por media Europa, presos notables en cárceles de nombres impronunciables recibiendo muy peculiares visitas. Y, al fondo, con razón o sin ella, siempre el nombre de Putin como larga mano que ni quita ni pone rey, pero ayuda a su causa, que es desestabilizar al Viejo Continente; ya se sabe que toda obra de Le Carré necesita un toque ruso, como de vuelta a la guerra fría, que es, por cierto, a donde estamos retornando. Y es que, al menos para mí, la irracionalidad política en la que habitamos resulta difícilmente comprensible. Y me refiero en primer lugar, por supuesto, a algunas, casi todas, de las propuestas del lado independentista. Pero tampoco resulta del todo fácil entender la desunión de los constitucionalistas, las ideas de última hora que barajan algunos –un Govern de independientes, sugieren los comunes–, las comparaciones extemporáneas del sindic (el defensor del pueblo a la catalana) equiparando la aplicación del 155 con la Alemania nazi, las referencias a Franco, a Hitler. No resulta sencillo para el cronista, no, seguir puntualmente y al minuto la sucesión de despropósitos con los que cada día nos bombardean desde Barcelona, por ejemplo. Y no solo, ay, desde Barcelona. Alguna vez, hace meses, escribí que alguien hará una película sobre la peripecia de Puigdemont y sus gentes. ¿Los actores? Habrá de buscarse a alguien que encarne a Puigdemont como protagonista en el papel más ridículo, a Artur Mas en el maquiavélico, a Elsa Artadi y/o Inés Arrimadas en el de la chica prometedora... Y, claro, alguien tendrá que hacer de Mariano Rajoy paseando tan tranquilo por Sanxenxo. Lo que no sé es cómo diablos va a terminar una película cuyo guión, ya digo, resultaba imposible de urdir a menos que algún Spielberg meta mano en los efectos especiales, no va a terminar bien esto, no.

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