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No es solo Cataluña

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La situación política de Cataluña, lejos de arreglarse, se enreda, sin hoja de ruta conocida. Y de su mano, también se complica la política en España, un país que sigue sin presupuestos y con un gobierno en precario. Nadie quiere ceder y así no habrá acuerdo.

Al mismo tiempo, todos saben que debe haber diálogo, ya sea por encima o por debajo de la mesa. De momento, solo Felipe González ha articulado algún mensaje al que pueden prestarle atención todas las partes, pero ello no garantiza su mediación. Ni siquiera que su discurso sobre los riesgos del gobierno de los jueces haya calado.

La solución más fácil sería la vuelta de todos a la legalidad autonómica, con el independentismo en la Generalitat, sin el procés ni el 155, pero aun en ese supuesto –difícil de aceptar para el PDeCAT y ERC– quedaría el frente judicial pendiente, con presos y fugados de la justicia. Judicializar la política tiene estos inconvenientes. A la política, se diga lo que se diga y se haga lo que se haga, se le puede dar marcha atrás en un solo segundo, pero a la justicia no. La política es reversible, la justicia tiene un cauce fijo, tasado, y un tiempo distinto al de la política. Todo puede ser compatible si se hace política, pero no partidaria, sino con sentido de Estado.

Inés Arrimadas propone que los independentistas vuelvan al terreno común de las leyes y admitan que el procés fue un gran engaño. “Antes de un gobierno de concentración prefiero hablar de un gobierno que respete las leyes”, zanja la líder catalana de Cs. Igual que hace Arrimadas, hacen los independentistas, que no se cansan de hablar para su parroquia, al tiempo que se miran de reojo para ver quiénes se llevan el gato al agua.

Esté o no la solución definitiva en sus manos, las ideas de los socialistas y de los comunes tienen la ventaja de que invitan a recuperar la centralidad política. Pueden adolecer de base, tener carencias y todo lo que se quiera, pero solo ellos y Felipe González han sido capaces de articular un discurso más allá de las trincheras. En la Moncloa –o en Sanxenxo– no estaría mal que alguien les prestase atención, porque el problema no es solo Cataluña: también es España.

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