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La semana que empieza

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Si una imagen vale más que mil palabras, el beso que Pedro Sánchez le estampó en la mejilla este sábado a Susana Díaz fue más contundente que cien editoriales de prensa. París bien vale una misa y Andalucía bien vale un beso y algún achuchón suplementario. Claro que quienes saben no pueden olvidar fácilmente las lindezas que uno y otra se han dicho –a sus espaldas, naturalmente, y puede que en encuentros lejos de cámaras y micrófonos– y el odio que a ambos los ha animado, antes de que la vecindad de las urnas los haya unido. Lo que ocurre es que lo impostado, lo artificial, tiene, como las mentiras, las patas muy cortas. Y ese beso como de Judas sonaba más falso que un billete de cuatro euros.

A uno, que inicialmente aplaudió la moción de censura que acabó con Rajoy, casi todo lo que ahora rodea al inquilino de La Moncloa, desde la escena de la firma del plan de Presupuestos con el vicepresidente in pectore Iglesias, hasta nombrar a una niña de doce años ministra con cartera, le parece algo artificial. Como hecho por un ilusionista de la imagen, humo, hop, y sale la paloma de la chistera, a volar por los aires. Claro que aún peor es sobreactuar y decir, como ha dicho Casado, que lo de Susana Díaz es como el castrismo, se supone que de los tiempos de Sierra Maestra, como si eso fuese comparable con el Mulhacén y la lideresa equivalente al barbudo Fidel. Lo excesivo rinde poco, y los andaluces, que saben que su Junta funciona mal desde los primeros tiempos y que mayoritariamente piden cambios y cambio, no saben en quién fijarse a la hora de votar, así que lo previsible es que muchos sigan votando lo mismo. Y ya en Cataluña no digamos: me parece que si el tándem Torra-Puigdemont no convoca elecciones a finales de esta misma semana, cuando sería ya posible, es porque no está seguro de ganarlas, o sea, de no perderlas. Y Andalucía y Cataluña, junto con Madrid –que esa es otra–, los graneros de votos más importantes de España, son una buena muestra de la impotencia de eso que se llama “clase política” para arreglar los problemas de los que la votamos y pagamos. No, ni con besos ni declaraciones guerreras que epatan a los titulares de prensa llegaremos a construir algo verdaderamente positivo.

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