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Empieza la política

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Me han sorprendido poco los elogios, algunos con sordina, a la figura de Juan Carlos I, que este domingo abandonaba oficialmente su vida institucional. Luces y sombras, decían los más críticos, aunque nadie se preguntaba por los motivos de la nota hecha pública anunciando la dimisión de sus funciones como rey emérito, o como quisiéramos llamarle. Otro signo del fin de una época, en todo caso; otro motivo para un revival del pasado. A ver si de una vez encaramos decididamente el futuro, porque si no nos hemos enterado todavía de que ha concluido una era que no va a volver, es que no nos hemos enterado de casi nada. Puede que, ahora que hemos conmemorado también un año de Pedro Sánchez en el Gobierno y que estamos a punto de celebrar un lustro desde su primer ascenso a la secretaría general del partido que hoy gobierna, tengamos ocasión de pasar página a los atavismos: dicen que el Supremo quizá no autorice el traslado de los restos de Franco al cementerio de El Pardo. Quiero decir que este semana empieza la política de veras: nos dirán cuándo comienzan las audiencias del rey con los líderes de los partidos de cara a la investidura de otro Sánchez, Pedro. Por tanto, dependemos de las sorpresas: un golpe de efecto, o de audacia, o de patriotismo de alguno de los cuatro líderes de la baraja, como lo tuvimos en Cataluña con Manuel Valls, dispuesto a todo con tal de evitar que un ‘indepe’ tan poco razonable como Ernest Maragall gobierne Barcelona. Lo que pasa es que Valls viene de otras galaxias políticas: aquí, el versátil e inteligente Macron sería tildado de oportunista o hasta de ceder ante los ‘chalecos amarillos’. Creo que hay que cerrar con llave (no con siete llaves, como luego ha derivado) no solo el sepulcro del Cid, como pedía Joaquín Costa, sino otros muchos sepulcros, reales o metafóricos, y volver a la escuela y despensa, al regeneracionismo tan anhelado por el político aragonés, a quien se debería recordar estos días mucho más de lo que se hace. Será que ellos ni conocen a Costa, ni a Giner de los Ríos, ni a esos recuerdos gloriosos como la Institución Libre de Enseñanza, porque andan liados en otros pasados estériles, a conductas de antes a las que aferrarse para no perder poltronas.

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