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Salvador Sobral con su hermana Luísa.

Salvador Sobral con su hermana Luísa.SEGRE

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Gustará o no, que empiezo a pensar que sí a tenor de las audiencias que recoge año tras año (el 28,4 por ciento en la del 2017 con cuatro millones y medio de espectadores), el festival de Eurovisión. Todo un clásico familiar que se ha disparado desde que las redes sociales son las que cortan el bacalao.

Eurovisión, a tenor por lo visto, va dejando a un lado el friquismo para convertirse en un espectáculo de primer orden que gusta a grandes y pequeños. Este año la fortuna sonrió a Portugal, que ganó por primera vez en su historia gracias a una balada, Amar pelos dois compuesta por Luísa Sobral e interpretada por su hermano Salvador, un cantante forjado en los pubs de Palma de Mallorca y curtido en el Taller de Músics de Barcelona durante dos años.

Su balada fue el “fet diferencial”, ese que con ahínco nos empeñamos en buscar en Catalunya, al ser el único tema diferente entre las otras 25 canciones que parecían clonadas unas de otras y en una gala que pareció, por momentos, un zoo con la presencia en el escenario de un gorila, un caballo y un gallo español que hizo historia.

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