No crean. A veces a mí también me pasa. Tiro de ironía y no me pillan la gracia. Claro, yo lo hago en petit comité y la cosa no pasa a mayores. Otra cosa es que ocurra en la gala de los Goya, como les pasó a Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes que perpetraron una de las peores presentaciones que uno recuerda en la teórica fiesta del cine español. Sin gracia alguna, con gags, algunos de ellos ciertamente groseros y otros, tan crípticos que dudo que incluso los entendieran aquellos a los que iban dirigidos, hundieron una ceremonia que ya se hundía por sí sola con tremendos fallos de realización, sin ritmo y encadenando error tras error y sobre todo larga, demasiado larga. Ni el interés de los premios, que al final es lo que verdaderamente importa, salvó del aburrimiento a los espectadores que seguíamos el evento desde casa. Noche de reivindicaciones sobre la igualdad de la mujer en el cine, con dos conductores masculinos –¡que ya les vale!– con demasiado tópico y con demasiada demagogia. Francamente para esta birria de gala no hacían falta tantas alforjas, ni presentadores, la verdad.
