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Mercero en plena actividad.

Mercero en plena actividad.SEGRE

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Dentro de este horribilis 2018 en que se nos han ido marchando referentes televisivos, el adiós de Antonio Mercero (Lasarte, 1936) es especialmente doloroso porque pocos profesionales como él han sido capaces de marcarme tanto sentado ante un televisor. En mi adolescencia fue capaz de hacerme tragar la cara más amable del franquismo con su entrañable Crónicas de un pueblo (1971-1974). Poco después, de asustarme con la multipremiada internacionalmente La cabina (1972) cuando las producciones españolas salían al exterior con cuentagotas. Luego fue capaz de engancharme con Verano azul (1981), la serie más repuesta en una pequeña pantalla, y emocionarme al grito de “¡Chanquete ha muerto!” Y finalmente me entretuvo lo indecible con Farmacia de guardia (1991) demostrando a todos que una comedia de producción propia, algo impensable, podía arrasar en audiencia. Pero con todo, su trabajo favorito, al menos para mí, es su película Espérame en el cielo (1988) con Soriano como doble de Franco. Por todo eso, muchas gracias, Antonio.

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