El porqué me gusta el Tour

Ya lo habíamos dicho. El Tour es sinónimo de verano y para muchos expertos en temas de salud, el mejor instrumento para disfrutar de una plácida siesta, cómodamente sentado en el sofá, arrullado por las imágenes –en llano, se entiende– y los comentarios de fondo, a modo de sordina, de Carlitos de Andrés y Perico Delgado, que llevan ya tanto tiempo haciéndolo, y además bien, que forman ya parte de la cotidianidad de la familia.

Pero yendo un poco más allá, y aceptando que un estío sin la vuelta ciclista a Francia no es verano ni es nada, hay que indicar que hemos visto muy pocas veces, por no decir ninguna, una retransmisión deportiva tan bien hecha y con imágenes tan espectaculares como la de la ronda ciclista gala, y sobre todo, una promoción turística tan bien pensada como la del Tour. Es verdad que previamente hay que pasar por caja pero a lo largo de las etapas se muestra lo mejor de cada zona de paso.

El martes, por ejemplo, por citar un caso, con final en Zarzeau, salivábamos con el paso por el golfo de Morbihan, en la Bretaña, el paraíso de las ostras. Las mejores.