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En casa no somos mucho (o nada) de los concursos con niños dentro, y no simplemente por el hecho de que el 99 por ciento de ellos acaben pasada la medianoche. La verdad es que nos parecen innecesariamente crueles con los perdedores. Sí, ya sabemos que la vida es muy dura y que es bueno que vayan sabiendo lo que les espera de mayores. Y que hay que ser competitivos si uno no quiere que la corriente se le lleve por delante. Todo eso es cierto, y también que, si tuviésemos tantos remilgos con los perdedores, se iría a hacer puñetas la práctica totalidad del deporte de base de este país. Pero, ¿qué quieren? Se nos pone mal cuerpo cuando uno de los ilusionados niños que concursan en La Voz Kids de Antena 3 es ninguneado por los coaches y se pone a llorar desconsoladamente mientras los jurados (es de suponer que con ciertos remordimientos de conciencia) le abrazan y le consuelan diciéndole que lo ha hecho muy bien, que le ha faltado solo un tanto así para pasar a la siguiente fase y que siga cantando, que tiene futuro. Pero el disgusto al niño y/o niña ya no se lo quita nadie.

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