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Antonio Banderas en ‘A Chorus Line’.

Antonio Banderas en ‘A Chorus Line’.SEGRE

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Hace unos años Diego Galán, en sus memorias sobre los trece años que dirigió el festival de San Sebastián, escribió unas divertidas, a la vez que ácidas, memorias que titulaba Jack Lemmon nunca cenó aquí recordando que el actor jamás aceptó acudir al certamen con la excusa de “el año que viene... tal vez”. Ahora los responsables de los Goya podrían escribir algo parecido con la ausencia de la premiada de honor Pepa Flores, en otra hora Marisol. Fueron sus hijas, sí, e incluso una cantó (lo de Amaya fue, básicamente, deprimente) pero todo pareció un quiero y no puedo. Fue la nota más negativa de unos Goya que, como todas las entregas de premios, resultaron excesivamente largos, por momentos tediosos e insufribles en los agradecimientos de los premiados (difícilmente se podrá conjugar ritmo y atenciones a los galardonados). Sobraron personas tapando la cámara al pasar por delante y faltó algo más de gracia en los gags (también irregulares) pese a la profesionalidad de Sílvia Abril y Andreu Buenafuente. Lo mejor, de largo, Banderas con su discurso y su baile final.

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