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Barenboim en el concierto.

Barenboim en el concierto.SEGRE

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Aún a riesgo de parecerme al Abuelo Cebolleta, que probablemente así sea, quiero recordar que hace más de 30 años, o quizás más, que siempre recibo el nuevo año (campanadas a banda) ante el televisor viendo el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena desde la Sala Dorada del Musikverein vienés. Como mi cultura musical es la que es, salvo tirar de la memoria, todos me parecen excepcionales independientemente del director de turno y pese a los adjetivos elogiosos, ante innovaciones en partituras y ejecución, del añorado Pérez de Arteaga (fallecido en el 2017) y del titular ahora en los comentarios (Martín Lladé). Lo que más nos atrae son los bises del Danubio Azul y la clausura con la Marcha Radetzky.

Eso sí, en el de este año, con el flamante octogenario Daniel Barenboim, al frente, recuperamos el espíritu, pese al Covid, con 1.000 espectadores, de los 1.700 posibles (el del 2021, sin público y con las palmas enlatadas, como que no fue). Por cierto, las entradas VIP de este año oscilaron entre los 2.500 y los 3.000 euros. Un lujazo, y un placer.

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