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Isabel Pantoja, en el juzgado.

Isabel Pantoja, en el juzgado.SEGRE

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Si hay algo que los presuntos culpables (sobre todo si pertenecen al mundo empresarial, político, artístico o deportivo) temen más que a la propia condena, si llegase el caso, es esos minutos, que se les hacen eternos, desde que bajan del coche, entran en el juzgado y llegan a la sala del juicio rodeados de policías, micros y cámaras (de televisión y fotográficas). Desde hace años se conoce el hecho como “la pena del telediario”. Y esa, mismamente, es la que sufrió ayer Isabel Pantoja (Sevilla, 1956) cuando se presentó en la Ciudad de la Justicia de Málaga acusada de insolvencia punible que le puede suponer hasta tres años de cárcel.

Cabe recordar que la tonadillera ya estuvo dos años entre rejas por el denominado caso Malaya. Y, como no podía ser de otra manera todo, fue un espectáculo que alimentó todos los programas, sin excepción, de las televisiones y radios matinales en riguroso directo: carreras, apretujones, reporteros por el suelo, la Guardia Civil desbordada y la Pantoja, de riguroso negro, con un ataque de ansiedad que obligó al juez a ordenar un breve receso.

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