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El 14 de febrero, el Claustro de la Universidad de Lleida aprobó una declaración por la libertad de los presos políticos y contra la judicialización de la política catalana. Se aprobó con 115 votos a favor, o sea, una mayoría aplastante que, en realidad, se corresponde aproximadamente con los impulsores del acto. El claustro debe utilizarse para tratar asuntos importantes y no para votaciones estériles, mítines y consignas políticas. Esto se hace alquilando la sala de un hotel, en locales del partido amigo o incluso en la propia calle. La Universidad la financiamos todos con nuestro dinero y, además, las tasas que pagan los padres de los alumnos no son para hacer política. Apruebo al rector de la Universidad, que con buen criterio defendió la neutralidad de la misma y la necesidad de no posicionarse en ningún sentido político. Suspendo al profesor, portavoz de la plataforma impulsora, que promueve un claustro para defender democracia y libertad, pero no promueve claustros para fomentar valores como el esfuerzo, dedicación, compromiso, honestidad, etc. Yo vivo en esta ciudad y puedo asegurar que durante cuarenta años lo he hecho con democracia, libertad y sin represión. En resumen, se utilizó la Universidad para que unos pocos (profesores y alumnos) se dieran un baño de ego y notoriedad sobre un asunto que ya está trillado. Ante esas actitudes y bajo el paraguas de la libertad de cátedra, me pregunto qué es lo que se debe transmitir en determinadas aulas y, la verdad, me preocupa.

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