SEGRE

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SR. DIRECTOR: Paseando por mi querida ciudad, no me deja de sorprender la gran cantidad de personas que con sus móviles dejan de visualizar, al andar, el peligroso vaivén que hay entre ellos y el suelo. Y es que suele haber baldosas rotas y levantadas, agujeros de todo tipo, badenes que suben y bajan sin control y suelos resbaladizos, en los que en su pavimento, cuando llueve, el resbalón lo tienes asegurado.

Son las trampas sin control que tiene toda ciudad. La mía, en concreto, tampoco se salva del desastre. Si antes te podías caer, ahora es más fácil, porque tu mirada casi, al cien por cien, está fija en ese aparato tan cautivador e inteligente que no te deja ver otros peligros que tiene la ciudad, que, la verdad, son muchos y que estarías días y días, lamentablemente, en contar todos los que hay. Por ejemplo, cruzar la calle mirando tu móvil sin darte cuenta que el semáforo está en rojo, o los pasos cebra también sin mirar, pensando que si viene algún coche o moto ya parará. Pero algunos, lamentablemente, no paran y aumenta el peligro de un supuesto atropello.

A parte de sortear todo tipo de velocípedos por la acera, que van pasando sin control con velocidades aerodinámicas, en las que muchas veces tienes que bailarte el paso del moonwalk del célebre Michael Jackson para intentar sortearlos, esperando que la divina procedencia no te haga caer por los suelos.

Pero como bien dice un amiga mía que ha tenido varios traspiés, con muchos moratones y algún hueso dolorido, pero por fortuna no roto, todo esto se debe atribuir al simpático aparatito. Ella siempre me comenta que la tecnología es maravillosa, y yo le doy la razón, pero sigue hablando mi buena amiga y dice que el hombre ha inventado una gran herramienta llamada móvil, pero que muchas veces nos produce dolor y nunca encontramos las pastillas adecuadas que nos puedan aliviar de nuestro dominio y excesivo control, de nuestro querido y admirado celular.

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