SEGRE

JESÚS IBÁÑEZ

Dedicado a todos los abuelos y abuelas

CARTA AL DIRECTOR

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Dicen que nadie gana en una batalla. No hay perdedores ni ganadores. Todos de alguna manera u otra perdemos. Lo material es lo que a la hora de la verdad menos importa, ya que siempre se puede volver a conseguir con el tiempo. En cambio, lo personal, lo que llega al corazón y sabes que ya no se puede sustituir, es realmente lo más preciado de nuestra vida.

Él, como tantos otros, nació en tiempos difíciles. La comida era lo más necesario y, a la vez, de lo que menos había. Nunca tiraba nada, todo lo guardaba por si en algún momento le hacía falta. La verdad es que nunca más lo volvía a utilizar. En su momento yo no entendía su manera de ser, pero es comprensible, a mí nunca me ha faltado de nada. Aún me acuerdo cuando hablaba de Marta: sus ojos se llenaban de emoción, había sido la única mujer que consiguió robarle el corazón. Ella, de la misma manera que entró en la vida de mi abuelo, una triste mañana de octubre se marchó. En esos momentos tan difíciles él también tenía una sonrisa reservada para mí. Las tardes en el parque, aquellas en las que a mi abuelo le tocaba cuidarme, eran las horas más mágicas que he vivido, sobre todo cuando me contaba sus aventuras de joven.

Siempre era el que la liaba, a quien todos querían, la persona a la que todos sus amigos le contaban secretos porque sabían que nunca los diría a nadie. Ahora, mis manos están temblando, mi corazón destrozado, mi mente... en mi mente tan solo está él. En los momentos más difíciles, en los que la compañía de un familiar es tan importante, allí no había nadie. No porque no quisiéramos, sencillamente porque el enemigo estaba escondido esperando una nueva víctima.

Ahora que ya todo ha pasado es cuando las enseñanzas de mi abuelo cogen más fuerza. Seguiré sus consejos y no dejaré que su nombre se pierda en el tiempo. ¿Sabes por qué? Sencillamente porque él era y es mi abuelo.

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