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SR. DIRECTOR:

“Voy al banco” es una frase repetida una y mil veces por los ciudadanos. Una visita obligada para hacer todo tipo de gestiones tanto personales como profesionales. Ir al banco es algo rutinario, habitual, casi tan frecuente como ir a la panadería o al supermercado. Se va al banco para ingresar o sacar dinero, para ordenar las cuentas, para pedir un préstamo e incluso consejos para nuestras finanzas particulares. El director del banco del barrio y los empleados de la sucursal que frecuentamos son casi como de la familia, porque conocen mejor que nosotros nuestra situación patrimonial y son también, en ocasiones, nuestro paño de lágrimas. Hay muchas más razones para destacar la importancia del banco, de “nuestro banco”, del banco al que acudimos a diario, del banco en el que siempre nos atienden con una sonrisa, del banco en el que nos ayudan, nos asesoran y nos escuchan.

na costumbre, la de ir al banco, que va a pasar a mejor vida, o a peor, según se mire, porque poco a poco van desapareciendo del paisaje urbano y, por lo que parece, tienen los días contados.

No nos va a quedar otra que acostumbrarnos a la desaparición de los bancos, pero siempre nos quedará el consuelo de seguir yendo al banco, al banco que nos pille más cerca, para sentarnos, para descansar, y también para lamentarnos de que hayamos tenido que cambiar de banco, de que, queramos o no, los bancos, las entidades bancarias, van a dejar de ser una visita obligada.

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