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No hi juguis

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Con la fiesta de Halloween a la vuelta de la esquina, una película ideal para tan americana tradición, Ouija: El origen del mal, extensión mejorada –no se necesitaba mucho más– de la Ouija de 2014, un film carente de talento para lo más primario, asustar. Ahora, Mike Flanagan, especialista en cintas de asesinatos, fantasmas y espejos malditos, retoma el tema y nos retrotrae a la década de los años 60 y a una familia compuesta por una madre y sus dos hijas, destrozadas emocionalmente por la muerte accidental del progenitor, que las ha dejado con deudas y no poco desasosiego. Ante una situación tal, se ganan la vida timando sin mala fe, apelando a lo paranormal, a ese tablero Ouija que vende el lograr comunicación con los seres queridos desaparecidos, un ‘juguete’ que ha ido popularizando desde hace décadas la empresa Hasbro. En el primer tercio del film se nos acerca a cada uno de los personajes a sus taras anímicas, y se amplía el espectro con un sacerdote y un joven estudiante novio de la hija adolescente, no entrando en detalles terroríficos ni en sustos ni turbación alguna, para dedicar el resto del metraje a espantar gracias a la hija pequeña, que se engancha en tan poco recomendable juego con intención de recuperar el calor paterno, logrando el efecto contrario, despertar a espíritus malignos y activar el carácter de casa maldita. Ouija: El origen del mal no es una gran película, pero es sobria en su puesta en escena y utiliza bien recursos como el de la niña receptora del mal que tan buen resultado ha dado al género, amén de escenas que aún siendo tópicas logran acojonar en algún momento, que al fin y al cabo es lo menos que se le podía pedir.

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