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Se aproxima la revolución en el mundo laboral

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Durante los pasados días 7 y 8 de julio tuvo lugar la cumbre de Jefes de Estado del G-20, en la ciudad alemana de Hamburgo, en la que participó España. Dejando de lado las connotaciones de marcado cariz político, los máximos dirigentes de los veinte países más influyentes del mundo efectuaron una declaración de principios, de naturaleza programática y, por tanto, no vinculante, bajo el título de fomento del empleo, conforme la cual (y traduzco en versión libre de su texto original en inglés): “Los mercados de trabajo que funcionan bien contribuyen a sociedades cohesivas y economías fuertes. La digitalización ofrece la oportunidad de crear nuevos y mejores puestos de trabajo, al tiempo que plantea retos en materia de competencias, la protección social y la calidad del empleo. Por lo tanto, reconocemos la necesidad de formar a personas con las habilidades necesarias para el futuro del trabajo y se reconoce la importancia de ofrecerles oportunidades para mejorar su vida laboral y ayudarles a adaptarse de manera exitosa. Admitiendo la creciente diversidad del empleo, evaluaremos la protección social y las condiciones de trabajo y seguiremos vigilando las tendencias mundiales, el impacto de las nuevas tecnologías, la transición demográfica, la globalización y el cambio de las relaciones de trabajo en los mercados laborales. Promoveremos el trabajo decente, las oportunidades de empleo durante la transición del mercado laboral, dentro de un intercambio continuo de experiencias y prácticas nacionales. Reconocemos el importante papel de la educación y la formación profesionales, incluido el aprendizaje en la integración de los jóvenes en el mercado de trabajo, proporcionando una alta calidad coordinada, un aprendizaje basado en la escuela y el trabajo y en la cooperación de los gobiernos, las comunidades empresariales y los interlocutores sociales.”

Hasta aquí la teoría, el compromiso internacional de velar por un mercado laboral de mayor calidad, cohesión social, que ofrezca mayores y mejores oportunidades a los trabajadores, previendo el impacto de las nuevas tecnologías en el mundo empresarial. Desgraciadamente, como casi siempre ocurre la realidad se impone.

Según un informe publicado por Dell Technologies, dirigido por el Institute for the Future (IFTF) que junto con 20 expertos en tecnología, académicos y expertos en negocios de todo el mundo, analiza cómo las tecnologías emergentes, la inteligencia artificial, la robótica, la realidad virtual, la realidad aumentada y el cloud, el 85% de los empleos que habrá en 2030 no existen en la actualidad, y todas las organizaciones para entonces serán tecnológicas, y como tales, las empresas deben empezar a pensar ya en cómo proteger su infraestructura y su mano de obra.

De esta suerte, para el año 2030, la dependencia de los humanos de la tecnología se convertirá en una auténtica relación, aportando habilidades como creatividad, pasión y una actitud emprendedora, de acuerdo con las conclusiones del estudio de Dell Technologies. Esto se alineará con la capacidad de las máquinas de aportar velocidad, automatización y eficiencia, y la productividad resultante permitirá nuevas oportunidades dentro de las industrias y los roles.

Además, siempre según el citado informe, el proceso de encontrar trabajo cambiará. El trabajo dejará de ser un lugar para convertirse en una serie de tareas. Las tecnologías de aprendizaje automático harán que las habilidades y las competencias de los individuos puedan ser consultadas, y las organizaciones buscarán el mejor talento para tareas diferenciadas, según se ha podido comprobar en el informe. El ritmo del cambio en los nuevos trabajos será tan rápido que la gente aprenderá sobre la marcha utilizando nuevas tecnologías como la realidad aumentada y la realidad virtual.

La capacidad de adquirir nuevos conocimientos será más valiosa que el propio conocimiento. Podrá parecer ciencia-ficción pero es algo a lo que, a buen seguro, las principales compañías y multinacionales, se están preparando y procediendo a adaptar sus sistemas organizativos y productivos, en la medida que la relación con los trabajadores experimentará un giro trascendental, en que imperará no tanto el número de horas trabajadas sino su adecuada distribución y rendimiento dentro de una actividad completamente programada, sin resquicio a la improvisación, lo que exigirá unos amplios conocimientos técnicos propios de una era digital que ya es imparable.

Este choque de trenes entre tecnología y personas exigirá profundos cambios legislativos, en materia de contratación, jornadas y horarios laborales, reforzamiento de las garantías para los supuestos de modificación de las condiciones laborales, instauración de nuevos canales de comunicación entre la dirección de las empresas y los legales representantes de los trabajadores, protección de la salud desde la perspectiva de nuevas etiologías laborales, aseguramiento del sistema de la Seguridad Social, garantizando unas prestaciones dignas y ampliando las fuentes de ingresos…

De momento las nuevas tecnologías suponen una mayor y especializada formación de los empleados y una reducción notable del número de contrataciones vinculadas al sistema productivo o de prestación de servicios, resultado de los avances digitales que facilitan unos más prontos y mejores resultados, a un coste más competitivo que favorece un mayor y más neto beneficio.

Los próximos años serán cruciales para salir de dudas. Lo que es evidente es que nuestro actual esquema de relaciones laborales deberá adaptarse a las nuevas necesidades y a las nuevas tecnologías evitando posibles abusos y discriminaciones.

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