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Definimos hambre como la necesidad o ganas de comer, y también como el deseo fuerte o intenso de algo generalmente inmaterial. Si fuéramos capaces de identificar las características del voraz apetito que tienen muchos deportistas cuando compiten, tanto a nivel individual como en equipo, podríamos aplicarlas a otros ámbitos profesionales para obtener mejores resultados y lograr el éxito.

Porque detrás de esta hambre debe haber algún tipo de motivación. ¿Alcanzar la fama, obtener un buen resultado, cumplir objetivos, la victoria, algún tipo de premio o por qué no, el dinero? Dependerá de cada caso. Pero me atrevo a decir que lo que realmente impulsa el hambre es la automotivación de cada persona para satisfacer su propio ego. Porque todos tenemos un ego al que hay que alimentar.

Pero alimentarse requiere esfuerzo y sacrificio, y es un claro síntoma de la pasión por lo que estamos haciendo, por nuestro trabajo. Tener hambre muestra el interés para aprender, mejorar y crecer cada día. Sin duda, la adquisición de conocimientos y experiencias es el alimento fundamental que ayuda a saciar el apetito y a poder alegrarnos por la consecución de un nuevo reto. Tener hambre potencia el compromiso hacia la consecución de objetivos.

El hambre se refleja en la actitud de la persona. En el deportista queda en evidencia desde el momento que salta al terreno de juego. Esa actitud positiva se puede apreciar por todos los asistentes al evento, por todo su entorno. Sin lugar a dudas cautiva a los demás. En este sentido, Albert Einstein nos dejó escrito: “No tengo ningún talento en especial, solo soy apasionadamente curioso.” La curiosidad nos permite adentrarnos en terrenos desconocidos, por lo que potencia que salgamos del estado de confort para investigar y en consecuencia provoca cambios. Se aprende yendo de lo conocido a lo desconocido. Ser curioso exige tener iniciativa, no detenerse ante los obstáculos y dificultades. El hambriento siempre está buscando algo más. Esta tendencia a la búsqueda aporta una mayor facilidad para detectar oportunidades y sobre todo eleva la probabilidad de aprovecharlas. Tener hambre es una cualidad de los curiosos.

Pero hay casos en que el ansia de alimento también puede ser peligrosa. Por ejemplo, si el hambre solo busca alcanzar el bien individual a cualquier precio, por encima de valores, personas y procedimientos. Si genera un estado de obsesión que provoca que a la persona no le importen otras cosas y centre su vida exclusivamente en trabajar, en competir y en ganar a toda costa. O si ese apetito desmedido nos convierte en auténticos glotones, sin ser selectivos en nuestra alimentación, lo cual con toda seguridad hará que nos podamos empachar o atragantar.

En todos estos casos estaremos ante un hambre egoísta que desprecia la necesaria solidaridad que debe prevalecer en todo equipo.

También puede suceder que estemos hambrientos, que tengamos hambre pero no encontremos qué comer o con quién comer. En estos casos la recomendación es buscar un buen cocinero que nos asesore y nos ayude a adquirir los alimentos más adecuados para nuestras necesidades e incluso, mejor aún, nos prepare un menú saludable alineado a los valores y objetivos en juego.

Por lo tanto, mi mensaje es claro: “Sea solo o acompañado, no pierdas nunca el apetito. Ten hambre.”

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