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Porque es hora de hablar

presidenta del pp de lleida

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Cada día son menos; y lo vimos el pasado domingo cuando el independentismo sólo fue capaz de reunir en Lleida a 5.000 personas mal contadas para protestar por las últimas detenciones vinculadas al cada vez más delirante procés. La mengua constante en la capacidad de convocatoria del independentismo es algo que reconocen hasta los propios organizadores de las marchas; pero, como siempre sucede cuando la derrota no se acepta, quienes se empeñan en no abandonar el campo son los más fanáticos. Y entre los que levantan en estos días cada vez menos inciertos la bandera independentista que Puigdemont utiliza como velo para tapar sus vergüenzas, caben desde los que, como el ínclito Joan Tardà, aconsejan no instalar decoración navideña en nuestros pueblos y ciudades para amargar las fiestas a pequeños y mayores, a siniestros personajes que se denominan a sí mismos sindicalistas y cargan sobre sus hombros con una turbia biografía.

Me refiero, cómo no, a Carles Sastre, ese asesino que se pasea impunemente por las calles de Lleida desde hace años –llegó a figurar en 2012 en la lista que la CUP presentó a las autonómicas de aquel año– y oficia, travestido de líder obrero, como secretario general de Intersindical-CSC, el minoritario y oscuro sindicato que ha convocado las huelgas políticas que, semana sí y semana también, sufrimos los cada vez más hartos ciudadanos. Son todas ellas nada edificantes espectáculos en los que piquetes supuestamente informativos formados por postadolescentes sin más ideas que el odio por todo lo que supera sus cortas miras acosan, violentan y escarnecen a todos los leridanos que, libremente, decidimos no secundar sus convocatorias y queremos que las cafeterías, talleres, escuelas y tiendas abran normalmente para que todos podamos hacer lo que queramos. Y lo que queremos jamás será lo que nos dicte una bestia que, en mayo hizo 40 años, entró en la casa donde el industrial José María Bultó almorzaba y le pegó en el pecho y con esparadrapo una bomba que explotó cuando la víctima intentó quitársela.

Protestar mediante una huelga es un derecho del que todos podemos hacer uso; pero cuando lo que toca es decidir si se secunda una convocatoria impulsada por un indeseable como Carles Sastre, llega el momento de parar y preguntarse si de verdad merece la pena formar parte de un movimiento en el que caben individuos como él y que está liderado por alguien –Carles Puigdemont– que escoge como abogado a Paul Bekaert, el letrado que defendió a los etarras Natividad Jáuregui y Luis María Zengotitabengoa y a la terrorista turca Fehriye Erdal. Los también prófugos consellers Toni Comín y Meritxell Serret parecen también tener buen ojo con los abogados, pues su letrado de cabecera es Gonzalo Boyé, condenado en 1996 a 14 años de cárcel por colaborar con ETA en el secuestro de Emiliano Revilla. Si a eso le sumamos la condición de amigo de la familia que el independentismo parece haber otorgado al simpar Arnaldo Otegi y los cuantiosos fondos públicos desviados hacia Òmnium Cultural y la ANC que han convertido a nuestros estimados y encarcelados Jordis en piezas clave del entramado financiero del procés, da para empezar a dudar como mínimo.

Yo lo tengo claro, pero muchos independentistas bienintencionados deberían empezar, si no lo han hecho ya, a preguntarse muchas cosas. Cosas que se responderán el día 21 de diciembre cuando hablemos todos; no sólo quienes con malas artes, peores modos e indeseables compañías como la de Sastre, Bekaert, Boyé u Otegi; insisten todavía en convertir en realidad el imaginado caos del que hablaba el cesado Puigdemont en la delirante rueda de prensa que ofreció en Bruselas ante unos estupefactos periodistas que definieron su insólita performance como función circense. El problema es que, además de equilibristas, en ese circo hay fieras como Sastre a las que mucha de la alienada troupe secesionista aplaude enardecida. ¿Qué pasará cuando al domador se le escapen? Espero que nada; pero, por si acaso, mejor hacer oídos sordos a sus convocatorias. Que vean así que sus huelgas, manifestaciones, tractoradas, acosos al bus 155 –esa fue de nota– y demás escenificaciones absurdas son sólo ejercicios de autocomplacencia que nada podrán con el sí inapelable a la Democracia, la Constitución y el Estado de Derecho que expresaremos los catalanes en las urnas el 21 de diciembre. Porque es hora de hablar y hacerlo alto, claro y sin miedo alguno. Individuos como Carles Sastre y el resto de fieras y saltimbanquis enrolados en el Circ dels Somriures no ens han de fer por, porque sólo dan lástima.

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