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La Catedral Nueva

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Cuando inicié mi servicio episcopal en Lleida a finales del año 2015, quedé impresionado por las dos catedrales que conserva nuestra diócesis. La más antigua, la Seu Vella, por su emplazamiento, su espectacularidad y el cariño sentido por todos los diocesanos: sólo escuché un lamento, la finalidad asignada a este grandioso monumento a principios del siglo XVIII y el progresivo deterioro del edificio por el trato poco adecuado de sus habitantes. La más reciente, la llamada Seu Nova, por su armonía constructiva, por su magnificencia ornamental y por el acierto de sus sucesivas restauraciones. Mi comentario se centra en la Seu Nova. Es le sede del obispo de Lleida y en la que se celebran todas las funciones litúrgicas y lugar de las reuniones más importantes de nuestra diócesis. El Cabildo se encarga, como en todas las catedrales, de su servicio y su conservación. Me consta el gran interés que muestran los canónigos por mantenerla con dignidad a disposición de todos, los que acuden regularmente y los visitantes que quedan gratamente sorprendidos y admirados ante la visión del edificio más emblemático del centro de nuestra ciudad. El obispo, nombrado por el Papa, pertenece normalmente a otra diócesis y, cuando llega a su nuevo destino, tiene la obligación de querer y orientar a su comunidad desde el primer momento como un encargo del Señor. En mi caso me sentí impelido a responder a esta llamada conociendo y queriendo cada día más a los cristianos y a todas las gentes de este territorio. También a valorar, a respetar y a cuidar su patrimonio religioso, elaborado por la acumulación de los ilerdenses a lo largo de su historia. Es, por otra parte, mi responsabilidad y por lo que se me exigirá cuentas. Cualquiera puede encontrar la importancia y las características de la catedral en una publicación, exquisitamente presentada, realizada por prestigiosos técnicos de nuestra Universidad hace ahora un año. Los comentarios generales son muy elogiosos y responden a una realidad mucho más significativa y deslumbrante como es el edificio en cuestión. Agradezco desde aquí la ayuda de la Diputación Provincial y del IEI para esta publicación y por el mostrado interés, junto a las restantes autoridades, por colaborar en la conservación de nuestro patrimonio. Desde hace unos años la catedral sufre un evidente deterioro en paredes y cubiertas. Según los técnicos se debe intervenir con celeridad. Han preparado varios informes que han presentado a distintas instancias alertando de su estado y pidiendo ayuda para su restauración. Una de las causas evidentes de este deterioro radica en la presencia de aves, de cigüeñas en concreto, en las partes más elevadas del edificio. Ya hace varios años que se actúa para disminuir el efecto corrosivo de los excrementos y el peso de los nidos. Y esto es, además, muy costoso económicamente. No se trata en estos momentos de plantear una especie de combate entre animales y piedras. Nuestra intención es articular una fórmula para que ambos elementos sean bien tratados sin causar perjuicios a nadie. Ni a la obra de vuestros antepasados de la que os sentís muy orgullosos ni a las criaturas de Dios que nos acompañan y nos sirven de múltiples maneras. En esta ciudad y su entorno caben al mismo tiempo las aves y la protección del legado arquitectónico. Tampoco queremos entrar en una polémica con nadie. Algún comentarista me recordaba a este respecto, lo guardo como una gran lección, la carta encíclica del papa Francisco, Laudato Si’, para hacerme caer en la cuenta de la importancia que la Iglesia ha concedido siempre a la creación de Dios. Como no podía ser de otra manera acepto todas las líneas de esta carta y el sentir alegre, confiado y amoroso con toda la creación que manifiesta el Papa. Comprendo las críticas ante alguna decisión nuestra, siempre razonada y con argumentos. Me disgustan igualmente las recriminaciones que rozan la coacción con amagos de insulto o pintadas en las paredes. Todos pretendemos lo mismo: armonizar dos aspectos de una misma realidad que se nos ha vuelto problemática. Trabajamos para un mismo fin, el respeto a lo creado y a lo hecho por la mano humana sin sospechas de que los otros actúan sólo con maldad o por defensa de intereses espurios. Pido a todos comprensión por las decisiones que se toman para preservar este monumento tan querido por todos. Nunca actuaremos sin los estudios e informes de los técnicos ni tampoco sin los preceptivos permisos de las autoridades competentes. Valoramos, sobre todo, la seguridad de los vecinos y viandantes tan numerosos en el entorno de la catedral. Es una responsabilidad inmensa que afecta, en caso de accidentes, especialmente al Cabildo y al obispo. Un breve y último apunte. Quienes usamos de cierta jactancia ante las obras de arte y su conservación, no podemos abandonar a su suerte la Catedral. Las generaciones venideras lamentarían, si fuera éste el caso, nuestra dejadez y continuaría la queja y el lamento que he oído tantas veces cuando nos referimos a la Seu Vella.

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