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Contradicciones chinas

Profesor de ESADE Business&Law School

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Shanghái acogió, entre el 5 y 10 de noviembre, la primera Feria Internacional Import Export, que contó con la presencia de unas 3.000 empresas de 130 países. Un acontecimiento destinado, según la propaganda oficial, a potenciar las importaciones de mercancías y servicios por parte de la segunda economía mundial. China es el primer exportador mundial desde 2009, pero también se convirtió en una potencia importadora. Los recursos minerales y energéticos constituyen el 20% de sus compras y los agropecuarios el 10%. Pero el 65% de las importaciones son bienes manufacturados. Además, China ya es el tercer importador mundial de servicios. Una tendencia que irá a más a medida que avanza la transición hacia un modelo de crecimiento económico más basado en la demanda interior, el consumo y el sector servicios. La gran baza china: el potencial de la enorme dimensión de su mercado interior de 1.350 millones de personas con unas emergentes clases medias estimadas en 430 millones ávidas de consumir.

El presidente Xi Jinping, en su discurso inaugural en Shanghai, reafirmó, en pleno conflicto comercial entre EEUU y China, la defensa del multilateralismo comercial. Y anunció más medidas de fomento del comercio exterior y de las inversiones extranjeras para reasegurar la presencia de las empresas extranjeras que operan o desean operar en el complejo mercado chino. Xi se comprometió a reducir más los derechos arancelarios, abrir el mercado chino a más sectores y reforzar la protección de los derechos de la propiedad industrial e intelectual. Un discurso oficial que sigue chocando con la realidad concreta de unas barreras no arancelarias, políticas y jurídicas, que persisten en una economía centralizada bajo el estricto control del Estado-Partido Comunista presidido por Xi, el líder chino que logró acumular mayor poder efectivo desde la época de Mao. Unas contradicciones que provocan escepticismo en la UE, pero también en varios países emergentes y en vías de desarrollo que observan con recelo la gran penetración comercial y su creciente dependencia financiera del Imperio del Medio.

Los embajadores de Francia y Alemania en China publicaron, el 2 de noviembre, un artículo conjunto que insistía en la necesidad de una mayor y efectiva reciprocidad para que las empresas europeas en China se beneficien de las mismas ventajas y oportunidades que las chinas disfrutan en la UE. Otro reciente informe de la Cámara de Comercio de la UE recordaba que, si bien se producen algunos progresos, muchos compromisos del Gobierno chino no acaban de concretarse, y la patronal alemana BDI recomendaba a sus empresas la conveniencia de reducir su excesiva dependencia del mercado chino e ir diversificando sus cadenas de producción y aprovisionamiento.

La economía china desacelera en 2018. Tras crecer un 6,8% y un 6,7% interanual en el primer y segundo trimestres, lo hizo un 6,5% en el tercero, el porcentaje más bajo desde inicios de 2009. Pero la desaceleración no se debe, por ahora, a un impacto de la guerra comercial decretada por Donald Trump, cuyos efectos se sentirán en 2019 si EEUU decide incrementar la lista de aranceles y productos chinos afectados. Las exportaciones chinas incluso se dispararon un 14,5% interanual en septiembre. Además, el sector contó con la ayuda de una caída del yuan, el 9% desde abril. En cambio, las bolsas chinas se han resentido, la de Shanghái cayó un 23,5% desde principios de año.

Pekín había previsto para 2018 un crecimiento del PIB de en torno al 6,5%. El principal objetivo ya no debía ser crecer mucho, sino mejorar la calidad y la sostenibilidad del modelo de desarrollo económico. El Gobierno pretende corregir la colosal deuda del país, reducir las sobrecapacidades de producción industrial, frenar las exorbitantes inversiones en algunas infraestructuras y lograr un mejor control del crédito concedido a determinados conglomerados públicos. Pero, ante el temor de que la economía y la creación de empleo siguiesen desacelerándose en los próximos meses, el Gobierno volvió a activar medidas de estímulo monetario y fiscal y fomento del crédito para sostener a las empresas y las inversiones. Y, sobre todo, para favorecer el consumo interno, el gran y futuro motor del coloso chino.

Las políticas económicas chinas siguen siendo erráticas y condicionadas por un incierto contexto internacional. Un incremento de las tensiones comerciales entre EEUU y China también afectaría los circuitos productivos y comerciales intra-asiáticos. Algunas empresas podrían verse obligadas a deslocalizar parte de sus fábricas chinas en otros países, principalmente del sur y sudeste asiático. Una razón que explica la reciente mejora de relaciones entre China y Japón, otra economía presionada por EEUU. Pero cabe esperar que, una vez celebradas las elecciones legislativas parciales en EEUU, Donald Trump decida rebajar las tensiones y alcanzar algún acuerdo comercial con Xi Jinping. Se encontrarán pronto en Buenos Aires, en el marco de la cumbre del G20.

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