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Y tú, líder, ¿qué piensas?

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Estudios e investigaciones de neurólogos, psicólogos y otros especialistas confirman que la mente es la gran precursora de los estados mentales y emocionales que vivimos a diario, llegando a la conclusión de que nuestros propios mapas de creencias y pensamientos acaban configurando muchas de nuestras emociones. Y éstas, a su vez, acaban influyendo en nuestras actitudes y comportamientos. Lo que pasa es que nuestros pensamientos provocan reacciones químicas que nos llevan a unos comportamientos y sensaciones que, que a su vez, se convierten en señales que nos permiten sentirnos exactamente como estábamos pensando. Es lo que en psicología se denomina profecía autocumplida o efecto Pigmalión. Ya en 1980, los psicólogos Robert Rosenthal y Lenore Jacobson descubrieron dicho efecto, refiriéndose a que las expectativas positivas que los maestros proyectan sobre sus alumnos facilitan el aprendizaje. Se trata del poder que tienen las expectativas. Lo que esperamos de los demás, tanto en sentido positivo como negativo, condiciona nuestro trato con ellos. Y lo mismo ocurre cuando la relación es con nosotros mismos.

A nivel intrapersonal, ¿qué pasa cuando pensamos que no podremos conseguir alguna meta que nos proponemos, o que algo saldrá mal? Seguramente acabará por no salir como queríamos o no conseguiremos lo que queremos, porque estamos dando órdenes a nuestro cerebro para que suceda de aquella manera, y nuestras acciones estarán encaminadas a lo mismo. No estoy diciendo que únicamente con el pensamiento se consiguen los objetivos, ¡qué va! Para llegar a obtener lo que perseguimos, se requiere esfuerzo, responsabilidad, coraje y valentía, pero el primer paso está en nuestro pensamiento, por tanto, en algo que depende de nosotros.

Y a nivel interpersonal, ¿qué sucede cuando pensamos que la otra persona no conseguirá lo que se propone, o cuando pensamos que, seguro que no vamos a tener buena relación, o tenemos un pensamiento malevolente hacia el otro? Según el efecto Pigmalión lo que pensamos de las personas que nos rodean, ya sean nuestro equipo, nuestros colaboradores, nuestros clientes, seguramente se va a cumplir. Y no solo eso, sino que estamos frenando el crecimiento de los magníficos potenciales de esas personas, y de los mejores nuestros. Si tenemos un pensamiento benevolente hacia los demás, conseguiremos mejores resultados en la relación con ellos, además de ayudarnos a nosotros mismos a mejorar nuestro auto-pensamiento, y por tanto conseguir más equilibrio interno.

Así, nuestro pensamiento puede conducirnos a una vida llena de satisfacción, gratitud y oportunidades de mejora, o no. Los pensamientos no son buenos ni malos, son solo eso, pensamientos, y tenemos total libre albedrío en lo que decidimos pensar, nadie más sabe qué hay en nuestra mente.

Como líderes deberíamos al menos reflexionar sobre la posibilidad de tener pensamientos benevolentes hacia nuestro equipo, hacia nuestros proveedores y colaboradores, hacia nuestros clientes. Es nuestra responsabilidad, y nos permitirá activar los potenciales de las personas que nos rodean, y los nuestros propios. No podemos controlar la actitud y el pensamiento de quienes nos rodean, pero sí podemos aprender a gestionar el nuestro. Empecemos por tener un pensamiento diferente hacia las demás personas, un pensamiento benevolente, se trata de pensar como si el otro pudiera escuchar nuestros pensamientos. Y comprobemos que sucede, posiblemente nos sorprendamos.

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