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Finaliza una semana de múltiples huelgas en Cataluña. Durante mucho tiempo me preguntaba qué hacía que tanta gente aguantara los recortes y la precariedad laboral. Algunos de los que nos visitaban en el Parlament nos reconocían en voz baja que quejarse podía interpretarse como ser desleal a la causa procesista, incluso muchos preferían callar para no correr el riesgo de ser purgados. El directivo que no mostrara su adhesión pública sería rápidamente relevado. El silencio y el miedo se imponía. Pero las cosas empiezan a cambiar. Hemos tenido a los trabajadores sanitarios en la calle con una Atención Primaria parada. Ha habido un acuerdo con el sindicato de médicos que depende del ICS, pero no con el resto de médicos, y mucho menos con todo el conjunto de trabajadores del sistema sanitario que también merece dignidad laboral. Dejarlos al margen es irresponsable; un gran desprecio. En el último Pleno del Parlament pregunté si era necesario tener a la gente en la calle para que el Govern reaccione. Por desgracia ya hemos visto que sí. Siguen negando la realidad. Y así hemos visto manifestaciones de bomberos, de enseñanza, de profesores universitarios, de funcionarios…

Y ante todo eso he visto esta semana dos declaraciones que me han dejado atónito. La primera, la realizada por el portavoz nacionalista sobre las listas de espera en sanidad: “Nos distraemos con cuestiones que no son las esenciales”. Con los trabajadores en la calle hartos del desprecio y nuevamente verbaliza lo que todo el mundo sabe, que para el Govern solo hay una prioridad: el procesismo. Si la sanidad no es esencial, ¿qué lo es? Y la otra ha sido cuando, mientras los trabajadores se manifestaban, nombraron a un nuevo Conseller, que lo primero que anunció fue que abrirá embajadas por “los cinco continentes”. Con la cantidad de recortes en servicios que en Cataluña se mantienen, y que en otras Comunidades ya han revertido, la prioridad del Govern no es mejorar los servicios sino irse a derrochar con la agencia de colocación de amiguetes. Quizá emulando al Presidente del Gobierno, que también le cogen todos los conflictos lejos de casa. Y es que es buen momento para releer El principito, para centrarse en lo esencial, invisible para algunos ojos.

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