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Rebeldes con causa

(*) Doctor en derecho deportivo. Profesor INEFC y colaborador de INGENIO, leadership school. Exjugador profesional de balonmano.

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No sabemos si los protagonistas de la película Rebeldes sin causa (Nicholas Ray, 1955) tenían realmente motivos para serlo. La rebeldía es un tipo de comportamiento humano que se caracteriza por la resistencia o el desafío al orden establecido o por el incumplimiento de alguna obligación. Rebelde es aquel que se rebela contra el poder o la autoridad. Por lo tanto, la persona rebelde se caracteriza por desobedecer.

Pero también es rebelde quien se enfrenta a elementos, situaciones, fenómenos o abusos de todo tipo con tal de lograr un objetivo, no aceptando aquello que considera una injusticia, cuestionando el statu quo. De esta manera podemos afirmar que la rebeldía puede ser positiva o negativa dependiendo del propósito que la guíe.

Y en el ámbito de la empresa y del liderazgo de equipos, ¿ser rebelde aporta valor? Nadie pone en duda que la sociedad actual podría ser calificada por la sociedad del cambio. Encontramos cambios en la tecnología (vehículos eléctricos, domótica, robotización e inteligencia artificial), los hábitos de compra (comercio online y medios de pago), alimentación (alza del veganismo), los nuevos métodos en la enseñanza, el rol de la mujer o la aparición de nuevos partidos políticos. Todo esto supone un esfuerzo para adaptarnos al cambio, pero también para provocar cambios.

Ser rebelde supone ser inconformista e incluso revolucionario. La rebeldía está claramente orientada al cambio. Nuestras organizaciones necesitan líderes rebeldes, capaces de innovar y aportar soluciones originales, de saber decir no a los métodos tradicionales, de pensar contra la corriente. Algunos han calificado la rebeldía como “la virtud original del hombre” (Arthur Schopenhauer, filósofo alemán); otros, como “la hija de la experiencia” (Leonardo Da Vinci). Un líder rebelde es curioso e inconformista y se caracteriza por su osadía y su valentía. Sin lugar a dudas es enemigo de la pasividad. El dirigente pasivo está más preocupado por administrar la realidad que por crear una nueva. Es totalmente previsible y conformista. Por el contrario, el líder rebelde se enfrenta a los problemas de cara, dice la verdad, incluso cuando es impopular, no tiene miedo al riesgo y de esta manera contribuye al progreso de la empresa. Es un líder transformador que genera oportunidades para crecer y progresar.

Cuando todo el mundo piensa de manera similar y se adhiere a las normas dominantes, las empresas están condenadas a estancarse. La persona rebelde tiene criterio propio y lo defiende porque cree que es lo mejor para la organización. Es optimista y va a aportar ideas nuevas, otros puntos de vista alternativos porque no acepta que las cosas deben hacerse del mismo modo que siempre se han hecho.

Un líder inteligente sabe dosificar su rebeldía y la alterna con ciertas concesiones. En todas las organizaciones se necesitan hombres y mujeres rebeldes, que tengan el coraje, las ideas y la determinación de hacer las cosas mejor.

En definitiva, me quedo con el lado positivo de ser rebelde y coincido con la opinión del escritor argentino Lucas Leys: “La rebeldía puede ser un don maravilloso. Es la rebeldía la que dispara la creatividad, la exploración, el progreso y las revoluciones.”

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