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Como es habitual este 11-S, sin disfraces ya, todo separatista ocupará las calles y volverá a erigirse como la representación exclusiva de “un sol poble” sometido por un Estado Centralista y Opresor. Ni lo uno ni lo otro es cierto; porque hasta los propios separatistas se contradicen cuando, a pesar de los enormes esfuerzos propagandísticos de estos años, reconocen que “no en som prous” y, por otra parte, admiten que de lo que se trata es de provocar la reacción del Estado como demuestran las explosivas y recientes declaraciones del President Torra alentando a la desobediencia civil y al incumplimiento de leyes y sentencias.

Ante la previsible menor participación en la Diada y las inminentes sentencias judiciales, lo que se pretende es alimentar el conflicto para excitar el victimismo y aprovechar la fragilidad del Gobierno. En una palabra, repetir los lamentables hechos que culminaron en la desafortunada DUI del 1-O en una actuación gravemente desleal de las Autoridades de Catalunya, que se rebelaron contra las Leyes y el Estado de Derecho gracias a cuya vigencia habían alcanzado responsabilidades de gobierno y que, luego, tuvo la lógica respuesta del Estado del que pretendían separarse.

El resultado evidente de estos fatigosos y frustrantes años de procés es que la sociedad catalana está profundamente dividida no solo entre los que queremos seguir en España o quieren romper sino, también, entre los propios separatistas. La hostilidad creciente entre lo que antes era Convergència y ERC por el liderazgo separatista es inocultable y, aunque los republicanos se muestran ahora aparentemente menos beligerantes, el proyecto de ERC es reeditar un Tripartit de izquierdas con los socialistas en toda España; para proclamar la 3ª República, de la que intentarían después separarse como ya ocurrió en el 34 cuando Companys, durante la Segunda República, proclamó el Estado Independiente de Catalunya.

Cabe preguntarse cómo y por qué hemos llegado hasta aquí y si esto tiene solución. Hasta el 2010, el respaldo al separatismo no superaba el 15%. Jordi Pujol y Artur Mas se mostraban entonces contrarios a la independencia, pero la reforma del Estatut, ofrecida por ZP que nadie pedía y que apenas fue apoyada por el 34% de los catalanes y, sobre todo, el Tripartit sirvieron para resucitar a una moribunda ERC.

La crisis, que obligó a todos los gobiernos –también al de CiU– a dolorosos recortes y, sobre todo, el público reconocimiento del 3% fueron ya determinantes en el giro independentista de Convergència. Podría decirse que la corrupción ha afectado también a los gobiernos de Andalucía y Madrid; pero allí, por suerte, nadie ha tenido la ocurrencia de plantear una ruptura con España para taparla. Lo cierto es que, en ese insuficiente pero inquietante 47% que respalda ahora una improbable Catalunya independiente, hay un porcentaje importante de aluvión a cuyos integrantes no les gusta formar parte de la familia del nacionalismo secesionista europeo ni las incontables fotos ante esteladas e ikurriñas del xenófobo Salvini; pero la minoría todavía secesionista está más activa y utiliza el Gobierno, las Instituciones y un formidable aparato propagandístico sin reparo alguno.

En esta situación, es casi un milagro que siga siendo mayoritario entre los catalanes el deseo de seguir formando parte de España. Y es necesario que todos asumamos nuestra responsabilidad y que, quien tenga algo que decir, lo diga; porque lo que no se defiende, se pierde. Por eso, quiero expresar mi apoyo a favor del entendimiento entre PP, Cs y Vox, para que se unan bajo la marca España Suma. Ellos, las izquierdas y el separatismo, ya se unieron en la irresponsable Moción de Censura Frankenstein, que ha servido para que, al ahora Presidente del Gobierno de España –que no tiene escrúpulos– le pasen la factura que les debe por ocupar su cargo. Si ellos, los que defienden solo la ruptura y la destrucción de todo aquello que nos une y ha hecho fuertes, han sabido entenderse; cómo no hemos de hacerlo nosotros para preservar los valores que han permitido la prosperidad y la libertad de los últimos cuarenta años. Claro que España Suma; y ahora, más que nunca. Y por si no se formaliza ese acuerdo, quisiera recordar que los leridanos que en las Elecciones Generales de 2016 sumaron sus votos al PP permitieron conseguir el escaño decisivo de Lleida, que sirvió para ganar las elecciones y formar Gobierno.

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