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No hace mucho estaba pagando en un súper. Mientras recibía el cambio escuché los exabruptos que la señora de al lado dirigía a la cajera contigua. Indignada le decía: ¿No sabes hablar catalán trabajando en Cataluña? La joven, en un español con marcado acento extranjero, le contestó que no. La mujer, más exaltada todavía, le espetó: ¿Y no te da vergüenza trabajar en Cataluña y no hablar catalán? ¡Dame la hoja de reclamaciones!

Desconozco si la cajera en cuestión se planteaba aprender o no catalán, creo que haría bien, pero dudo que con semejante trato le entren muchas ganas de amar una lengua hermosa con la que muchos nos expresamos en nuestro entorno familiar. Y es que las lenguas tienen dos enemigos, los que las quieren imponer y los que las quieren prohibir. Quién sabe si la querulante en cuestión habla inglés, alemán o rumano. Quizá la cajera sí. Puede que domine incluso más idiomas que la enfadada, aunque todavía no catalán.

Nada justifica coaccionar a la trabajadora. Ya saben, la que se cree poderosa reprendiendo a una trabajadora intentando que los jefes se incomoden. Quizá porque tenía un mal día. Ojalá todo sea una exaltación pasajera de tarde ventosa y la chica aprenda una lengua preciosa a pesar de los que intentan convertirla en alergénica. Quizá la fanática sea de las personas que les cuesta hablar castellano con fluidez, de los tantísimos a los que no les iría mal un repaso a la ortografía catalana y de los que lo de visionar las películas en inglés siempre lo dejan para otro año.

Al rato leía un tuit de un ciudadano que reprochaba a un regidor por sus incontables faltas de ortografía escribiendo en catalán sus tuits. Se trata de un político de los que defienden la inmersión en una sola lengua, la que él mismo en la red social reconocía no saber escribir con corrección. Me recordó a la clienta que quizá no tenía el nivel C de catalán; todavía dudo más que disponga del certificado superior.

Ambos podrían ser personajes de un cuento titulado Las lenguas que amé. Lo protagonizaría una cajera que llega a una ciudad en la que todos sus habitantes dominan a la perfección tres lenguas, con bibliotecas que abren a diario y hermosos jardines con gente leyendo. Pero la ciencia ficción requiere comprometerse.

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