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El efecto Einstein

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Si los genes determinan las capacidades intelectuales, ¿son algunas personas por naturaleza más inteligentes que otras?

Esta pregunta ha llevado a la ciencia a la controversia durante años. Durante décadas el psicólogo británico Cyril Burt intentó evaluar la herencia genética de las capacidades intelectuales. Para demostrarlo utilizó gemelos de un solo ovocito, en los cuales su herencia genética coincide casi en el 100%. Basaba su teoría en que de la misma manera que heredaban el parecido físico, también lo hacían en sus capacidades intelectuales, lo cual, en parte, demostró. Pero años más tarde otro científico, Leon Kamin, puso en duda sus conclusiones, pues Burt hizo su investigación partiendo de la hipótesis de que la herencia genética determina la inteligencia y recopiló únicamente los datos que podían demostrarla.

Al parecer, lo que realmente pretendía Burt era influir en las políticas sociales y educativas británicas de la época, de manera que se seleccionara a los escolares británicos en edad temprana en función de su Coeficiente Intelectual (CI) y se les podía destinar a centros educativos distintos por ello. Sus estudios impidieron que millones de jóvenes británicos cursaran estudios universitarios. Burt tenía claro que la educación es un factor que contribuye de manera decisiva en la construcción de la sociedad de un país. De hecho, hoy en día, la clase política sabe que la educación es el pilar de la sociedad que después les seguirá o votará. En la actualidad, la mayoría de científicos coincide en sus investigaciones que demuestran que solo el 50% de la inteligencia se debe a la genética y que el 50% restante se produce por circunstancias ambientales, es decir, el estilo de vida de esa persona, su educación, familia, experiencias, carácter, actitud, etc.

Personas de un mismo entorno familiar, con la misma educación, viven de modo distinto sus experiencias, pues su manera de aprender y de reaccionar obedece a patrones diferentes. ¿A qué es debido? ¿Hablamos de inteligencia social? Es algo más. Se trata del término que Goleman acuñó como inteligencia emocional. Cierto. Una inteligencia sin la otra es como una silla de solo dos patas. No se sostiene. Así cuando hablamos de inteligencia, estamos refiriéndonos a un complejo que contiene diferentes acepciones que podríamos enmarcar en racionales y emocionales. Sin un dominio de las emociones no se pueden alcanzar metas u objetivos sostenibles. Es decir, por mucho que nos planteemos resolver un problema, implementar una estrategia, alcanzar metas, resultados, etc., si no contemplamos los factores ambientales, los que dependen de las personas, su comportamiento o vulnerabilidad… no lo conseguiremos.

La inteligencia emocional, como la racional, en parte, se puede desarrollar por el aprendizaje. La mejor estrategia para desarrollarla es la basada en terapia cognitivoconductual, es decir, aprender a cambiar tus pensamientos y las conductas que los acompañan.Es decir, que cuando sentimos una emoción automáticamente nos vienen pensamientos sobre esa emoción y actuamos en consecuencia NO de lo que sentimos, sino de lo que pensamos que significa esa emoción. Además, normalmente, nuestra reacción es inadecuada.

De manera que si identificamos lo que pensamos, podemos cambiarlo y a consecuencia se modificará la conducta asociada a esa emoción. Pues los sentimientos son el resultado de la emoción y de lo que pensamos sobre esa emoción. No se puede evitar la emoción, pero sí que se puede modificar los pensamientos al respecto.

Así, gradualmente, cada día, en cada conducta mejorada, seremos más inteligentes y con ello, conseguiremos, sin duda, mejores resultados.

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