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El fracaso, trampolín del éxito

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¿Por qué, de repente, hay tantos líderes empresariales de éxito que instan a sus empresas y colegas a cometer más errores y aceptar más fracasos?

Justo después de convertirse en director general de Coca-Cola Co, James Quincey pidió a los directivos de base que superaran el miedo al fracaso que había perseguido a la empresa desde el fiasco de la “nueva Coca-Cola” de hace tantos años. “Si no cometemos errores”, insistió, “no nos estamos esforzando lo suficiente”.

Al mes, incluso cuando su compañía estaba disfrutando de un éxito sin precedentes con sus suscriptores, el CEO de Netflix, Reed Hastings, se preocupó de que su fabulosamente valioso servicio de streaming tuviera demasiados programas de éxito y estuviera cancelando muy pocos programas nuevos. “Nuestra proporción de éxitos es demasiado alta ahora mismo”, dijo en una conferencia sobre tecnología. “Tenemos que arriesgarnos más, probar cosas más locas, deberíamos tener una tasa de cancelación más alta en general.”

Incluso el director general de Amazon, Jeff Bezos, posiblemente el empresario más exitoso del mundo, defiende de la forma más directa posible que el crecimiento y la innovación de su empresa se basan en sus fracasos. “Si vas a hacer apuestas audaces, van a ser experimentos”, explicó poco después de que Amazon comprara Whole Foods.

“Y si son experimentos, no sabes de antemano si van a funcionar. Los experimentos son, por su propia naturaleza, propensos al fracaso.

Pero unos pocos grandes éxitos compensan docenas y docenas de cosas que no funcionaron.” Si no estás preparado para fracasar, no estás preparado para aprender. Y a menos que las personas y las organizaciones consigan seguir aprendiendo tan rápido como cambia el mundo, nunca seguirán creciendo y evolucionando.

Entonces, ¿cuál es la forma correcta de equivocarse? ¿Existen técnicas que permitan a las organizaciones y a las personas aceptar la conexión necesaria entre los pequeños fracasos y los grandes éxitos? El Smith College, la escuela exclusivamente femenina del oeste de Massachusetts, ha creado un programa llamado Fracasar bien para enseñar a sus estudiantes lo que todos nosotros podríamos aprender. “Lo que intentamos enseñar es que el fracaso no es un defecto del aprendizaje, sino una característica.”.

Patrick Doyle, director general de Domino’s Pizza desde 2010, ha tenido una de las carreras de siete años más exitosas de cualquier líder empresarial en cualquier campo. Pero todos los triunfos de su empresa, insiste, se basan en su voluntad de afrontar la probabilidad de cometer errores.

En una presentación a otros directores generales, Doyle describió dos grandes retos que se interponen en el camino de las empresas y los individuos para ser más honestos sobre el fracaso. El primer reto, dice, es lo que llama “sesgo de omisión”: la realidad de que la mayoría de las personas con una nueva idea deciden no llevarla a cabo porque, si intentan algo y no funciona, el revés podría dañar su carrera.

El segundo reto es superar lo que él llama “aversión a la pérdida”: la tendencia de la gente a jugar para no perder en lugar de jugar para ganar, porque para la mayoría de nosotros “el dolor de la pérdida es el doble del placer de ganar”.. Crear “el permiso para fracasar es energizante”, explica Doyle, y una condición necesaria para el éxito –por lo que tituló su presentación, con disculpas a la película Apolo 13, El fracaso es una opción. Y esa puede ser la lección más importante de todas.

Solo hay que preguntarle a Reed Hastings, a Jeff Bezos o al nuevo CEO de Coca-Cola. No hay aprendizaje sin fracasar, no hay éxitos sin contratiempos.

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