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Espías y vecinos

Espías y vecinos

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Sobre el papel resultaba curioso ver juntos a dos actores tan diametralmente opuestos, y esa rareza hacía de esta película algo singular. Por un lado Jon Hamm, ese inolvidable Don Draper de la serie Mad Men, todo magnetismo, y por el otro a Zach Galifianakis, el más tarado del grupo de las entregas de Resacón en Las Vegas, al que no se le puede negar una apreciable vis cómica. Acompañados para la ocasión por Isla Fisher, con buen bagaje artístico tras de sí, y por la israelí Gal Gadot que recordarán los admiradores de Fast & Furious. Todos ellos amoldados en una comedia de Greg Motola, responsable de taquilleros títulos como Paul, Supersalidos o Adventureland, y bien considerado en la llamada nueva comedia americana. Pues bien, Las apariencias engañan se mueve torpemente por territorios muy trillados, por un intento estéril de querer hacer reír sin apenas conseguirlo, que es lo peor que le puede suceder a una comedia. El guión transita en torno a un matrimonio tipo en una zona residencial tan impoluta como aburrida y en la llegada de dos nuevos vecinos con charme, elegantes y atractivos ambos, que resultan ser espías del gobierno, –no es un spoiler, se sabe casi desde el principio– y así, por motivos circunstanciales, las dos parejas se verán involucradas en una peligrosa trama en la que unos ejercerán de profesionales sin despeinarse, mientras los otros lo pasarán fatal intentando salir indemnes de todo tipo de peligros. Galifianakis junto a Fisher le ponen lo poco de jovial que tiene esta película, mientras que a Hamm y Gadot, al margen de seducir con su presencia, sus roles no les dan para más. El resultado, una película bien anodina.

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