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La magnitud de la tragedia

La magnitud de la tragedia

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Han pasado 40 años desde que la serie Raíces impactó a los televidentes narrando las desventuras de Kunta Kinte, de sus descendientes y de su esclavizada raza. Y en la gran pantalla, títulos solventes como Mandingo, de Richard Fleischer, o Amazing Grace, de Michael Apted, comparten temática junto a otras propuestas más reconocidas como Amistad, de Steven Spielberg. Pero fue 12 años de esclavitud, de Steve McQueen, la que volvió en el 2013 a conmocionar con esa observación sobre la crueldad y la atrocidad en territorios sureños de blancos hacia esclavos negros. Aquella excelente película no se cortaba a la hora de mostrar todo un rosario de abusos y brutalidades inhumanas. Ahora, el film de Nate Parker –que también se reserva el papel protagónico de Nat Turner, el esclavo ilustrado en la Biblia que, ejerciendo de predicador con versículos para amansar la rabia cautiva, era testigo de castigos y salvajadas de todo tipo y que, harto de injusticias marcadas a latigazos en su propia piel, decidió liderar una rebelión que desató todo el furor contenido, toda la cólera, con resultados desastrosos para ambas partes– nos devuelve la tragedia en toda su magnitud, con escenas dolorosas y un sacrificio estéril. El nacimiento de una nación, que toma prestado el título del clásico de D.W. Griffith, en el que los negros eran poco menos que monos, borrachos y pendencieros y el Ku Klux Klan, inmaculados americanos, intenta dar otra vuelta de tuerca a un tema que ya a nadie escapa, y su perfecta ambientación y su dolorosa mirada indigna pero no sorprende. Tal vez porque sabemos que la iniquidad es un perverso defecto inherente al ser humano.

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