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Para volvernos a ver

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Ya son bastantes las películas japonesas del denominado anime consideradas como obras maestras, como historias de una elaboración sobresaliente, diseñadas bajo una eminente percepción del detalle, del hiperrealismo producto de una infinita paciencia. Tu nombre pertenece a este grupo, a las producciones en las que existe una perfecta composición de la historia, compleja pero resuelta a base de momentos de gran belleza visual y un hilo argumental que se entrelaza a la perfección, pese a algunos momentos de una cursilería e inocencia adolescente, que se entienden dentro del contexto en la que se manifiesta.

La historia nos remite a una joven de un pueblo que en sueños intercambia su cuerpo con el de un joven de la capital y en ese intercambio la chica resulta ser el chico de Tokio y él, la muchacha de provincias. En esa primera parte de la película hay equívocos y mensajes que deben ser cifrados para saber la realidad de esos cambios en sus cuerpos, pero no en sus mentes.

El realizador Makoto Shinkai, autor de otra espléndida película, El jardín de las palabras, bien se podía haber quedado ahí, en el enredo en esa búsqueda del otro, pero va más allá, profundiza en la esencia de seres destinados a enamorarse entre el espacio tiempo, en la distancia de tres años que los separan en cuerpo y alma, y en ese cometa que amenaza con un desastre inminente, cambiar el rumbo de las cosas y de la vida futura de ambos.

Esos lazos vinculantes hacen de Tu nombre una película delicada, de gran sensibilidad y la animación en el paisaje, en el movimiento de la urbe, o en la quietud de la naturaleza logran su efecto como resultado del trabajo de un maestro de la animación.

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