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Tiros, coches y música

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Al principio del film, cuando se nos presenta al joven protagonista, todo está tan puesto, tan coreografiado, tan vídeoclip, que uno mira hacia atrás buscando la puerta de salida. Pero luego la cosa se calienta, se acelera metiendo adrenalina a una película que ya no para de rugir al son de los motores, de una buena selección de temas musicales y atracos y tiros para regalar. El realizador Edgar Wright, que nos hizo reír con películas como Zombies party, Arma fatal o Bienvenidos al fin del mundo, siempre con la pareja actoral Simon Pegg y Nick Frost, se mete de lleno en el cine de acción con este trabajo sobre un muchacho con trauma a cuestas, conductor de ladrones y asesinos –el orden no importa, son todos psicópatas–, que es una fiera al volante, siempre escuchando música a través de los auriculares, enamorándose de una camarera, romance al estilo Amor a Quemarropa, e intentando redimirse dentro de un verdadero vendaval de violencia. Baby Driver es una película que encaja con un espectador contemporáneo, activo, conectado, que precisa nuevos lenguajes cinematográficos para sentirse cómodo. Que está más cerca del ruido y la atronadora furia de Fast & Furious que de quemar neumático por las empinadas calles de San Francisco de la mano de Steve McQueen en Bullit, título referencial para los más veteranos. Lejos de la melancolía de Ryan Gosling en la magnífica Driver, Edgar Wright –que anda cerca del estilo excitado de su compatriota Guy Ritchie– ha compuesto, con apariciones de primer nivel como Kevin Spacey, Jamie Foxx o Jon Hamm, una película enérgica, agresiva y colmada de canciones para disfrute de un público renovado.

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