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Tenemos lo que merecemos

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La comedia italiana forma parte ya del imaginario colectivo con aquellos actores como Sordi, Tognazzi, Mastroianni, Gassman, o directores de la talla de Scola, Monicelli, Comencini, Risi y tantos otros de la que se denominó Commedia all’italiana.

Ahora, salvo contadas excepciones de aquello, solo quedan cenizas. Una debacle del gran cine del país transalpino que, como otros países, vive más de de lo que se hizo que de lo que se hace. La hora del cambio, a decir verdad, es graciosa, tiene arquetipos de la ciudadanía del sur, de favores y prebendas, de políticos corruptos hasta las cejas, de una sociedad enviciada y acostumbrada a que todo funcione al revés de lo que anuncian los programas electorales.

A esa posverdad con falso mensaje y fuerte carga emocional La hora del cambio, que por muy italiana que sea, tiene vínculos con la realidad por ejemplo, de aquí, de esa forma de ser casi esperpéntica, muestra toda nuestra falsedad, los intereses creados en el vano intento de cambiar a un alcalde corrupto por uno honesto que cumplirá con lo dicho, que se moverá en la legalidad, que aplicará la ley con todos, que no hará trato de favor a la familia, que cambiará todas las taras y malas costumbres de los habitantes de ese pequeño pueblo siciliano y, claro, eso no funciona porque estamos adulterados.

Por esa vocación crítica, de ser directa, la película vale la pena, lástima que a un personaje (“el cuñao”) interpretado por uno de los directores de la cinta, se le va la mano, sobreactúa, carga e incluso molesta como un Roberto Benigni multiplicado por cien, lastrando el film en demasía. Eso es tan obvio como que la corrupción es tan cotidiana como ir a comprar el pan.

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